Críticas Casco Antiguo

YES «The Ladder» (Eagle, 1999)

YES «The Ladder» (Eagle, 1999)

Escalera hacia el cielo.

Por José Ramón González.

 

Algunas obras de arte son capaces de reunir en sí mismas muchas de las cualidades del ámbito al que pertenecen en su más elevada expresión, ya sean estas la emoción, la sensibilidad, la inteligencia o la belleza. The ladder (1999), de la legendaria banda de rock progresivo Yes, atesora todas esas virtudes citadas en plenitud. Fue además el último álbum producido por el imprescindible Bruce Fairbairn, a quien está dedicado; según los propios músicos, Fairbairn fue fundamental en el desarrollo y creación de este trabajo.

Sorprende que una banda de la envergadura y trascendencia de la británica se descolgara con uno de sus discos más singulares después de treinta años de carrera. Los miembros del grupo aseguran que fueron libres por primera vez en mucho tiempo, que crearon las canciones de este álbum sin presiones, como una auténtica banda de nuevo ―Igor Khoroshev se incorporaba definitivamente como teclista después de haber colaborado en Open your eyes (1997)―; algo que se aprecia desde los primeros compases. Cuando se les ha preguntado en alguna ocasión a los músicos de Yes que participaron en este álbum por las circunstancias que rodearon a su grabación, todos coinciden en recordar la agradable sensación de la creación, la fluidez con la que se desarrollaba el proceso, la predisposición para incorporar ideas que llegaban de unos y otros siguiendo una sencilla directriz de Fairbairn: haced el mejor álbum de Yes que podáis. El resultado es una obra en la que consiguen algo que ya habían alcanzado en anteriores ocasiones, en algunos de sus mejores momentos: combinar a la perfección los elementos del rock progresivo con una querencia por la inmediatez, la melodía, rozando casi la comercialidad. Las canciones en The ladder son largas, con desarrollos instrumentales, pero no se desvinculan nunca de una chispeante creatividad amarrada a unas melodías que permiten seguirlas sin esfuerzo. Todo fluye de un modo tan natural como excitante.

Pero es que además, esta obra está felizmente tocada por el misterio que sólo puede venir de la inspiración, o de un momento mágico, o de un estado de gracia que, súbitamente, atrapa a los músicos y los conecta de un modo inexpresable. El trabajo resultante no es sólo la suma de las partes, sino una obra de arte orgánica, indisociable, imposible de analizar de manera fraccionada. The ladder se conforma como un universo exclusivo en el que cada una de las canciones solo armoniza con las del resto del disco. No hay ninguna otra composición que pueda encajar con las del álbum de Yes porque su naturaleza es única, incompatible con cualquier otra creación.

Si por casualidad se nos ocurre meter una de esas canciones en un recopilatorio de los que nos hacemos los tipos extraños que no dejamos a las máquinas hacerlo por nosotros, todo lo que viene después de que deje de sonar se transforma afectado por el extraño influjo que emana de las notas de sus guitarras, de sus melodías, de los coros, el sonido del bajo, la batería y los teclados. Lo que escuchemos después nos va a resultar diferente a como lo recordábamos. Las canciones de ese disco transforman nuestra capacidad de apreciar la música, nos descubren emociones nuevas, nos hacen ver el mundo de manera diferente. Podemos incluso llegar a pensar que nuestra realidad no es tan fea como pensábamos, porque la música de Yes la hace, aunque sea por un momento, más hermosa.

Las letras de Jon Anderson inciden de nuevo en la temática, tan sesentera, de la vinculación de los humanos con la naturaleza, la paz, mientras que las melodías se adueñan por completo de las canciones con un tono optimista, alegre, arrebatadoramente vitalista. Con «Homeworld (The ladder)» ―maravillosa la coda que cierra la canción― se abre un universo ideal que nos lleva a la atmósfera mágica de «It will be a good day (The river)». A partir de ahí cada uno es libre de dejarse arrastrar a ese mundo creado por Yes, de entregarse a la ambientación que dibuja paisajes alternativos a los de la realidad y quizás por ello mejores, de creer que una existencia en la que suene al fondo «To be alive (Hep yadda)» tiene más posibilidades de alcanzar eso que llaman felicidad, o de contemplar el entorno de una especie de locus amoenus poetizado por las notas de «If only you knew».

Hay una extraña delicadeza en las canciones de The ladder, una finísima sensibilidad, una belleza iluminadora que hace que este álbum se convierta, al poco tiempo de convivir con él, es una obra imprescindible; especial, emotiva y conmovedora. Transmite una alegría casi inocente, ingenua, pero limpia y auténtica, un optimismo radiante cubierto por una fina capa de melancolía que le otorga ese tono único, algo que no han vuelto a conseguir en ninguno de sus posteriores trabajos. Es algo, supongo, propio y exclusivo de un momento singular e irrepetible. Cumplieron con lo que les había pedido Bruce Fairbairn, y éste capturó ese momento que ahora perdura para la eternidad.

YES - the ladder cover
YES:
JON ANDERSON: Cantante
STEVE HOWE: Guitarra, mandolina y voces
BILLY SHERWOOD: Guitarra y voces
CHRIS SQUIRE: Bajo y voces
ALAN WHITE: Batería, percusión y voces
IGOR KHOROSHEV: Teclados y voces

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