El cachorro.
Por José Ramón González.
Tendríamos que celebrar todos los aficionados al rock el día en el que Mike Tramp y Vito Bratta se conocieron y descubrieron que juntos eran capaces de hacer canciones inmortales (quizás entonces no lo sabían; nosotros ahora sí). Las joyas no lo son sólo por su valor, sino por su rareza: un león blanco, en este caso lo es. Continuando con la efeméride, fue el año 1985 el de la publicación del primer álbum de la banda; recordemos que en esa versión primera no están James Lomenzo ni Greg D’Angelo, sino Felix Robinson al bajo y Nicky Cappozzi a la batería. Ese mismo año se publicaron primeras obras de un tremendo calibre, no por su popularidad, sino para engrosar ese departamento tan valioso de las obras de culto que todo buen aficionado tiene en su lista de imprescindibles. Helloïse o Rough Cutt podrían ser dos buenos ejemplos.
White Lion es un grupo especial, mucho. Es una delicatesen, un éxtasis entre las emociones musicales, una pieza brillante entre las más frágiles, una de esas bandas que, por temor a que pierdan su magia, no se atreve uno a escucharla demasiado. Sin embargo los cuatro álbumes que grabaron guardan su inmenso atractivo intacto tras cerca de treinta años después, porque cuando la magia es auténtica y no un truco, no desaparece. Me atrevería a asegurar que, escuchados ahora, la inexplicable nostalgia y el magnetismo melancólico que brota de sus álbumes es ahora incluso más irresistible.
Son, dentro del hard rock melódico, una de esas formaciones que cuentan con un guitarrista virtuoso, por lo que están más cerca de una banda como Dokken que de otras de su estilo con las que se la ha asociado con poco acierto. Combinaciones como la de la quebrada y dramática voz de Tramp junto a la imaginativa y expresiva guitarra de Bratta no se dan muchas veces, más bien casi nunca. Y de esa relación que, como asombrada por su capacidad para crear belleza decide durar muy poco, brotan creaciones inigualables. Ya se sabe, la belleza es efímera.
De sus cuatro maravillosas obras podríamos quedarnos su incontestable Pride (1987) ―su álbum más puramente White Lion― o su obra magna Mane attraction (1991) pero, sin olvidar el más que notable Big game (1989), he decidido detenerme en su primera publicación, este Fight to survive que desempeña muy bien ese papel simbólico de nacimiento, presentado por medio de esa bonita portada creada por Caroline Greyshock. Al mismo tiempo es un disco que ha quedado a la sombra de los publicados después y con los que alcanzaron popularidad, pero que se ha cargado de un poderoso atractivo que, mal que nos pese, al recuperarlo nos compensa de la ausencia de más álbumes del grupo. En él está White Lion es el momento antes de la explosión y, por tanto, con todo su potencial a punto de reventar, al tiempo que nos deja unas cuantas joyas marca Tramp/Bratta en las que rutilan los primeros destellos de su talento. Mike Tramp aún no se ha dado cuenta en Fight to survive de que lo suyo no son los tonos altos e intenta ―y lo logra algo apuradamente― llegar a donde otros se acomodan sin esfuerzo, pero comprenderá pronto que lo suyo no es tocar el techo sino los ambientes con estilo. Del mismo modo, aunque hay varias canciones en el álbum que apuntan el timbre de los rugidos que alcanzarán la inmortalidad, Fight to survive es, en general, un álbum de estructuras algo más convencionales en el que la agresividad del sonido de banda de hard rock es más evidente, los riffs de guitarra menos originales. A partir de esos moldes se empieza a desperezar el insólito animal haciendo de composiciones como “Cherokee” o “Where do we run” una muestra de lo que serán capaces muy poco después, impregnando con sus inconfundibles melodías paisajes más que reconocibles. Pues es precisamente esto un rasgo que considero especialmente relevante en la banda: la sutileza de sus melodías, la sensibilidad para dotar de emoción composiciones repletas de potencia y su habilidad para moverse con libertad y derribar los límites del género que ellos mismos estaban contribuyendo a colocar en los lugares privilegiados de la popularidad. Los distinguen además sus letras, desvinculadas de las de sus contemporáneos más preocupados por las chicas, la velocidad y la juerga. Ahí están “All the fallen men”, “Cherokee” o “El Salvador”. Posiblemente esos temas obligaran a Tramp y a Bratta a buscar recursos expresivos que les permitieran transcribir musicalmente con convicción, crudeza y emotividad el contenido de las canciones. Hay cierta oscuridad bajo la blancura de la fiera, como en “Fight to survive”. Y llegan a crear esos estribillos que delinean composiciones inesperadas, tristezas cargadas de sentido, emociones verdaderas que se alejan de los prototipos; no buscan el estribillo pegadizo sino la coherencia de la canción, elaborando las sensaciones desde el comienzo de la misma creando piezas únicas. Por eso no hay dos White Lion.
“Broken heart”, canción icónica donde las haya, abre el disco para demostrar que esta banda tenía ese toque único, singular, exclusivo que la distingue de tantas y tantas de su estilo y generación. Personalidad. Esta canción himno, cercana en estructura a otras muchas de sus contemporáneos, transmite bajo una energía explosiva una emoción inmediata. Será por esos arpegios de Bratta, la voz quebrada de Tramp, las melodías entre tristes y esperanzadoras… Tan buena es “Broken heart” que cuando volvieron a grabarla en su último álbum sólo pudieron, como mínimo, mantener su encanto, potenciando los elementos melódicos a través de las líneas vocales y evitando la precipitación (algo parecido a lo que habían hecho pocos años atrás Europe con “Open your heart”). Cada uno tendrá sus preferencias, pero creo que ambas versiones se complementan, a la vez que dibujan el arco que nos lleva del comienzo al final de la historia de la banda ilustrando su progreso, mostrando en forma de canción que mucho de lo que llegaron a ser ya estaba en su origen, y aun así lograron depurar aquel sonido que los hacía tan especiales.
Igualmente “All the fallen men” es ya cachorro imprescindible para vislumbrar el futuro de la banda, a pesar de que Vito Bratta no va dejando las huellas de su presencia en los huecos del pentagrama ni compone un solo de guitarra memorable. Ya lo hará, como promete por ejemplo en ese “Cherokee” en el que ya se va moviendo con holgura liberándose de los acordes perezosos y llenando de luz una canción que, de otro modo, no sería tan especial. El estribillo anticipa tantas cosas buenas… Esas que llegarán aunque sea para durar el mismo tiempo que las flores raras.
WHITE LION:
MIKE TRAMP: Cantante
VITO BRATTA: Guitarra
FELIX ROBINSON: Bajo
NICKY CAPOZZI: Batería