Aunque sólo tú quisieras escuchar.
Por José Ramón González.
Décimo álbum de la banda legendaria del rock español que, casi sin que nos hayamos dado cuenta, ha pasado a la historia de la música de nuestro país, a pesar de que en algún concurso de televisión recientemente sus sabios concursantes no reconocieran una de sus canciones más emblemáticas y, cuando descubrieron quiénes eran sus autores, se refirieron a ellos como «El topo». Digo «sin darnos cuenta» porque, como se aprecia en la anécdota anterior, no son muchos los que les reconocen su lugar en esta larga e ingrata historia del rock patrio; casi nunca han ocupado titulares, casi siempre estaban a la vuelta de la página principal. Y eso que cuentan con, al menos, tres discos imprescindibles en su carrera para cualquiera a quien le interese la buena música: su primer álbum de 1979, Marea negra (1982) y Ciudad de músicos (1986) ―recientemente reeditado por Leyenda records―, sin dejar de mencionar que después no han dejado de lanzar álbumes atractivos en el siglo XXI. Si a eso añadimos que José Luis Jiménez y Lele Laina son parte responsable del primer disco de Asfalto y de El planeta de los locos (1994), maravillosa y emocionante obra que conserva intacto todo su deslumbrante lirismo, poco queda que añadir.
En este nuevo álbum de la banda madrileña pocas cosas han cambiado en su propuesta, afortunadamente. Sus señas de identidad están intactas, así como sus líneas maestras e inquietudes: la denuncia social de contenido ecologista ―fueron de los primeros en alzar su voz contra la polución y señalar el plástico de las olas del mar años antes de que la preocupación por la naturaleza se transformara en una corriente masiva (y necesaria)― y la nostalgia, rasgo definitivo de sus letras desde su origen. Se podría decir que ellos siempre sonaron clásicos, «antiguos» como decíamos entonces (para los chavales de los años ochenta, todo lo anterior a 1982 nos parecía de otra época). Curiosamente, si afirmamos que ahora siguen sonando como hace cuarenta años podríamos concluir que siguen sonando frescos. Y es que asombra y complace que Topo sigan siendo Topo, sin querer ser otra cosa, sin pretender sonar «modernos»; quien no los escuche simplemente se los pierde. Las letras de las canciones de estos quijotes eléctricos refrendan la honestidad de sus principios: «Somos todo alma y corazón / y nunca vemos más allá de una canción. / Y aunque sólo tú quisieras escuchar / valdría la pena seguir.»
Pero hay que escuchar. Y eso que esta vez la producción nos lo ha puesto difícil: hay canciones que suenan esforzadamente algo mejor que una buena maqueta ―aunque en otras el sonido es mejor―, algo inexplicable para una banda de su prestigio. Sin embargo, y aunque dé mucha rabia, hay que dejarse acostumbrar al sonido en algunos momentos para poder aprovechar lo mucho bueno que nos vuelven a ofrecer estos grandes músicos: las armonías inconfundibles ―cuyas prodigiosas voces permanecen en excelente forma―, la cuidada elaboración de los temas, la cantidad de detalles de buen gusto, lo acertado de unas siempre trabajadas letras… Han tenido que pasar seis años para poder contar con otro nuevo álbum del grupo, así que hay que hacer un esfuerzo para aprovechar los ricos nutrientes musicales que siempre ofrecen.
En Duros y dulces años hay momentos que remiten a lo mejor de su historia y otros que ofrecen nuevas perspectivas de lo que siempre han sido. Por ejemplo, en «Pequeño y sucio río» vuelven a esa línea de denuncia ecologista en la que consiguen enternecer a través de la humanización del río con referencias al pasado, estupendos hallazgos en las letras y una fantástica instrumentación. La nostalgia sigue asomando la patita en las referencias temáticas de «Mi barrio ya no es mi barrio» o «Duros y dulces años». Más ecologismo encontramos en «La tierra y el mar», reivindicación con aspiraciones de single que se alza en atractiva denuncia gracias a la incorporación de unas acertadísimas voces de niños.
Rock & roll de poder magnético vibra en el giro del estribillo de «Seré un ángel» y en la divertidísima «Batalla naval», cuya letra rebosa de ingenua felicidad sesentera al tiempo que las melodías y el ritmo acedeciano hacen que uno termine empapado en ella sin remedio. Destacamos una de las más logradas y potentes composiciones del álbum, «Pinta en espadas», de lo mejorcito del álbum y una de mis favoritas por su excelente dinamismo.
El final del álbum nos devuelve al origen: «Ulises y Robinson (en la isla de plástico)» y sus más de siete minutos es una composición que comienza sonando indisimuladamente a «Rocinante» y cambia de ritmo al poco para seguir sonando a aquellos primeros Asfalto (y Topo). Estupenda forma de recordarnos quiénes son, por qué tiene sentido seguir escuchándolos y por qué no es recomendable prescindir de su música.
TOPO:
JOSÉ LUIS JIMÉNEZ: Bajo y voz
LELE LAINA: Guitarra y voz
LUIS CRUZ: Guitarra
JESÚS ALMODÓVAR «ALMO»: Batería