Música más allá de su tiempo.
Por José Ramón González.
Algo bueno habremos hecho los aficionados a la buena música, y al rock en particular, para que últimamente casi cada mes nos llegue una publicación de las que merece la pena de verdad. Son muchas de ellas obras de autores cuya historia se remonta ya en el tiempo y que parecen llamadas a permanecer, no por su respuesta a nivel de popularidad sino por su dimensión atemporal e indiscutible calidad, resultado de la experiencia que hace a los artistas más sabios. Poco a poco nos vamos quedando sin músicos que tengan una carrera lo suficientemente larga y relevante capaz de dar obras como éstas a las que me refiero; la industria no lo permite y el público a quien le puede interesar empieza a ser escaso.
El álbum que nos regalan, y que se regalan a sí mismos, Riverdogs es uno de esos ejemplos. Se podría pensar que no es ésta una banda que precisamente haya tenido una carrera larga, con sólo cinco discos en veintiséis años, pero sus músicos sí que la han tenido. Y el hecho de que publiquen un trabajo como California, con su sonido tan reconocible, con composiciones e interpretaciones fuera de dudas, revela que es un disco hecho por gusto y, quizás, por necesidad. No hay nada que les obligue ni les empuje tal como está el asunto musical bla, bla, bla. Parece un disco hecho para músicos y para amantes de la música, para su disfrute. Cada canción está interpretada con mimo, con atención, con gusto blues y rock, y con recreación y deleite.
Es ahí donde está el verdadero regalo para los músicos y aficionados: crear y recrearse. No dudo de que algunos tendrán algún reproche para la banda con el aburrido y restringido argumento de que no suenan igual que en su primer disco. No, no suenan igual, suenan casi mejor. California es un disco de una riqueza exuberante, de densidad blues y rotundidad rock, marcado por líneas melódicas emocionales en el que sobresalen sobre la base rítmica de Nick Brophy –también productor del álbum– y Marc Danzeisen, la voz de Rob Lamothe y la guitarra de Vivian Campbell. Lamothe, ese hombre que seguro que ha soñado alguna vez con ser Octopus para tener más brazos donde tatuarse, debería ser ya reivindicado como uno de los grandes cantantes del rock. Sus interpretaciones en California sobrevuelan cada canción, elevando las notas para dejarlas colgadas en un susurro. Y de Campbell poco se puede decir que no sea que es uno de los grandes placeres para los aficionados recuperarlo en estos registros, disfrutar de esos desarrollos en los solos (qué presentación en el tema inaugural “American dream” con un solo en tres secciones que es indiscutible genialidad), de ese sonido cálido en las rítmicas y de sus innumerables arpegios y acordes.
Estos cuatro músicos despliegan toda su sabiduría a lo largo de un trabajo en el que no hay una canción de relleno. Todo forma parte de un conjunto con sentido pleno tanto en el estilo como en el contenido. Es una obra en la que el aficionado percibe la dedicación a cada nota, la atención al tempo que necesita cada composición para que pueda expresarse. Por eso, su dimensión temporal no está en el contador del reproductor; la suya llega mucho más lejos.
RIVERDOGS:
VIVIAN CAMPBELL: Guitarra, voces
NICK BROPHY: Bajo, teclados, voces
ROB LAMOTHE: Cantante, guitarra
MARC DANZEISEN: Batería, voces
