Molina de viento.
Por José Ramón González.
Ay, las exigencias laborales, qué poco tiempo nos dejan a veces para dedicarle a lo que más nos apetece y hasta necesitamos. Llevo muchos días deseando meterme a fondo un rato en el nuevo y excelente álbum de Ñu, y no porque suponga que haya alguien esperando a ver qué tiene este mindundi que decir del nuevo trabajo de José Carlos Molina, sino porque este ejercicio es, como confesaba, necesario para uno mismo: para reflexionar, poner en orden las ideas, detenerse en detalles, analizar y disfrutar más. Por eso creo que funcionan tan bien actividades como los clubes de lectura, donde cada cual expone su opinión, contrasta puntos de vista y descubre aspectos que no tuvo en cuenta en su propia e íntima experiencia con el libro.
Así pues, decía, los diletantes debemos conformarnos con esto: dedicarle a lo que nos importa tanto los momentos que podamos arañar a nuestras obligaciones. Hay días en los que uno piensa qué demonios hace invirtiendo su tiempo en algo que quizás le importa a sólo unos pocos. Pero puede que eso también les suceda a algunos músicos cuya repercusión es reducida. Así que, si ellos nos regalan su arte, nosotros les ofrecemos nuestro reconocimiento aunque sea de este humilde modo.
Y no menos que reconocimiento merece Yo estoy vivo, un regalo en toda la dimensión de la palabra por parte de alguien en posesión de la experiencia y el talento necesarios para crear, componer y ejecutar una obra cuyo sentido alcanza la plenitud contemplada desde su perspectiva histórica, pues el álbum suena a los Ñu más clásicos, recuperando así la esencia original de la banda. Y encontramos a un Molina más sereno, menos enrabietado y sarcástico pero probablemente más sabio y también sombrío aunque, eso sí, sin perder ni un ápice de su carácter. Yo estoy vivo ―ahí tenemos al Molina de siempre subrayando su presencia en ese pronombre del título― es un disco emocionante, por su contenido, sin duda, aunque también porque el receptor tiene la certeza de ser testigo privilegiado de un momento único, tan especial que sólo puede ocurrir una vez en este universo ―de lo que suceda en los otros no tengo ni idea, sinceramente―: para que este disco se haya hecho realidad ha tenido que pasar el tiempo imprescindible y han tenido que darse las condiciones necesarias, pues no sería posible su existencia sin que hubiese ocurrido todo lo anterior. El universo nos dio a Ñu, la perseverancia y el talento nos han dejado sus canciones, y la historia nos recompensa con Yo estoy vivo. En él tenemos la plenitud, la inspiración, la experiencia, la sabiduría y, posiblemente, un estado mental y espiritual al que no se llega sin cicatrices. Los aficionados que se acerquen ahora por primera vez a la banda quizás no puedan apreciar esta condición; los que han sido testigos de su historia sí.
El disco suena fabuloso y eso que, en su afán por ir contracorriente, ahora que todo quisqui registra sus trabajos digitalmente para luego grabarlos en un vinilo, su autor ha ido a grabar a una mesa analógica para publicar su álbum en digital, en CD. Independientemente de esto, el disco transmite una calidez incuestionable consecuencia de un sonido cuidado y con una banda, también de cuidado, implicada al cien por cien. Probablemente José Carlos Molina haya grabado su mejor trabajo en años, y eso que soy muy fan de sus últimas obras Viejos himnos para nuevos guerreros (2011), Títeres (2003) y Réquiem (2002). Sin embargo éste nuevo tiene algo especial: una afortunada inspiración, unas melodías tremendamente sugerentes, una instrumentación que es un acierto obsequio de unos músicos escogidos de la vena del oro ―el imprescindible V. M. Arias a la guitarra (qué pocas guitarras suenan como ésta), el solicitado Óscar Pérez (Nexx, Siete Almas) en la batería, el magnífico César Sánchez al bajo y Sara Ember en el violín―. Además hay que alabar sin cicaterías el excelente trabajo de Molina en el piano, el Hammond y los teclados, parte esencial de esta obra. Con todos ellos se ha producido una alineación de los astros que, junto a las nuevas composiciones de su autor, han dado con la fórmula mágica de la música cuyo ambiente envuelve y cuyas melodías hechizan y, además, logran que el álbum suene inequívocamente a Ñu, algo tan difícil de conseguir que a veces no lo apreciamos. La oscuridad, la épica y el dramatismo campan a sus anchas a lo largo y ancho del álbum.
Por ello me ha sorprendido que en una entrevista reciente, antes de la presentación del disco en Madrid, José Carlos Molina afirmase que en los próximos directos incluiría dos o tres canciones del nuevo disco porque, según decía, «la gente quiere escuchar los clásicos». No sé quién será la gente, pero desde luego no me siento incluido en ese nombre. Con un disco como éste no escatimaría un minuto en tocar «lo de siempre». Si después de tantos años un músico tiene la inspiración y el talento de crear unas canciones como las que aparecen en Yo estoy vivo debería, al menos a mí me gustaría, darles vida en directo.
Al margen de todo esto, es una satisfacción comprobar que este músico es capaz de reventar sus límites y crear una obra de una altura admirable, asombrosa e indiscutiblemente coherente. Algunos se han empeñado durante años en atacar a Molina como si fuera como esos molinos de viento contra los que algunos, que se han creído quijotes, se han estrellado una y otra vez sin darse cuenta de que los ogros a los que clavaban sus lanzas no eran más que su propio reflejo, mientras que el verdadero Quijote seguía atravesando los campos del rock tratando de vivir fiel a sus principios, como hasta ahora. Ignorado a veces, despreciado con la misma soberbia con la que él ha resistido, admirado, querido, incomprendido y minusvalorado. Sin duda todo un triunfo. ¿Que a veces es incómodo y hasta desacertado? Sí. ¿Que la coherencia forma parte de su personalidad? También. No es frecuente dar con personas impecables dentro del mundo del rock, sólo son músicos. Y nada menos que músicos. Esos que son capaces de ofrecer momentos tan plenos de felicidad artística como los que proporciona la escucha de este nuevo álbum. Uno de esos que se ha ganado el calificativo de imprescindible de la historia del rock de nuestro país. No es nostalgia, es la evidencia del presente.
ÑU:
JOSÉ CARLOS MOLINA: Voz, flauta, Whistler, flauta china, piano, órgano Hammond, teclados y percusión.
V.M. ARIAS: Guitarras
CÉSAR SÁNCHEZ: Bajo
SARA EMBER: Violín
ÓSCAR PÉREZ: Batería