La niña y el oso.
Por José Ramón González.
Al igual que la oscuridad, el exceso de luz ciega. Cualquier conductor sabe que tan peligroso es tratar de avanzar por una carretera sin luces como con la hiriente bola solar clavándose en los ojos, porque no deja ver.
Algo así debe de sucederles a los personajes protagonistas de Midsommar, que cegados por la claridad, la amabilidad, los ropajes blancos y los colores y las flores, las palabras y actitudes amigables que dominan el paisaje del campamento ―una suerte de comuna con tradiciones ancestrales al que llegan para pasar las vacaciones al tiempo que alguno de ellos pretende hacer un estudio antropológico―, no pueden sospechar lo que los espectadores temen desde bien temprano, protegidos por la oscuridad y la distancia de la sala de cine.
Ari Aster, el director de la sorprendente Hereditary, ha vuelto a meternos el mal rollo en el cuerpo a través de recursos poco convencionales pero tan eficaces como inquietantes. Se ha situado, junto a Jordan Peele, como autor de un cine de terror que se aleja de los convencionalismos para tratar de desasosegar a los espectadores presentando lo terrorífico dentro de lo corriente a la vez que hace una pertinente reflexión sobre nuestra sociedad contemporánea… que eso sí que da miedo.
El prólogo de la película, cuyo asunto es en principio ajeno a lo que ocurrirá después, es ciertamente terrible, y destaca por ser una narración que retrata a los personajes a través de los diálogos y los espejos. En él la protagonista, Dani, sufre una angustiosa y horrible experiencia que acongoja al espectador y lo deja tocado y en guardia, al mismo tiempo que retrata su relación con su novio ―más bien la de éste con ella―, asunto de trascendental importancia en el filme. Así, a medida que la película avanza vamos siendo conscientes del sentido de ese prólogo y empezamos a plantearnos algunas cuestiones sobre qué es lo terrorífico y qué no lo es y para quién. De igual manera reflexionamos sobre qué nos hace conmovernos en nuestro mundo habitual, cómo reaccionamos ante el dolor de los demás y si es cierto que hemos derivado hacia algún tipo de cinismo despreciable. El modo en el que los amigos de Dani reaccionan ante su tragedia y la forma en la que lo hacen ante lo que viven en la aldea resultan, así, trascendentales. Del mismo modo, para Dani la experiencia en la aldea es muy diferente, pues su estado anímico no le permite mantenerse como observadora sino que la vida en la comunidad la afecta y termina dejándose implicar en ella.
Ambas experiencias, la del prólogo y la del grueso del filme, terminan alcanzando paralelismo y sentido; ante ellas los espectadores reaccionan con diferentes grados de horror, al igual que su protagonista. Hay dos mundos cuyas leyes y creencias son diferentes. En ellos lo prohibido, lo censurable, lo despreciable, lo inaceptable, lo terrible o lo inmoral son diferentes.
La película, larga en su duración, arrastra a los espectadores a través de su ritmo pesadillesco cegados por la luz y las notas de humor que no dejan de mantenerlo en guardia. Ilustraciones en las paredes, gestos, encuadres, planos invertidos, miradas, van dando sentido a la narración hasta su hitchcockiano plano final.
Entonces ¿pasa de noche? No. ¿Hay sustos y sangre? Sustos, no; sangre, poca. ¿Hay música de violines chillones para que te vayas preparando? Tampoco. Pues entonces no es una peli de miedo. ¿Salen jovencitos norteamericanos que se meten donde no deben? Sí, eso sí. Pero puede que tengas razón, a lo mejor no es una película de terror, pero da miedo.
Intérpretes:
Florence Pugh
Jack Reynor
Will Poulter
William Jackson Harper
Ellora Torchia
Archie Madekwe
Gunnel Fred
Isabelle Grill
Julia Ragnarsson
Guión:
Ari Aster
Música:
Bobby Krlic
Fotografía:
Pawel Pogorzelski