Críticas Casco Antiguo

MAGNUM «Brand New Morning» (Steamhammer/SPV, 2004)

MAGNUM «Brand New Morning» (Steamhammer/SPV, 2004)

Renacer.

Por José Ramón González.

 

Sin duda, lo más apropiado para rendir homenaje a Tony Clarkin, uno de los músicos imprescindibles en el mundo del rock de las últimas décadas, sería darle espacio a la última obra de su banda Magnum ―excelente, dicho sea de paso y merecidamente― Here comes the rain (2024), publicada sólo tres días después de que Clarkin ascendiera para siempre al empíreo de los artistas. Sin embargo, me apetece celebrar la efeméride de un álbum del que se cumplen veinte años y que, además, supuso un auténtico renacimiento para la banda británica. Con el tiempo ha llegado a ser uno de mis favoritos, en el caso de que esa elección fuera así de sencilla con una discografía como la suya. Llevaba un tiempo sin escucharlo, por lo que este reencuentro no ha hecho más que reforzar mi convicción en sus valiosas cualidades artísticas, su sobresaliente ejecución, su sabiduría creativa.

Si bien es cierto que dos años antes Breath of life fue el título que oficialmente devolvía a la banda a la actividad después un hiato de ocho años, su contenido no fue ― según común acuerdo de la mayoría de los aficionados― del todo satisfactorio, dado que no significó más que un débil borrador con respecto a lo que Brand new morning mostraría de manera fulgurante en un trabajo de incontestable inspiración, repleto de fuerza y de la mejor esencia Magnum en su vertiente más electrificada y poderosa. Menos AOR, eso sí, algo que algunos de sus seguidores les reprochaban, pero es que el renacer conlleva necesariamente cambios, la inclusión de elementos distintos, novedosos, a pesar de que se arrastren rasgos del legado, del pasado, de la personalidad cultivada durante décadas; de lo contrario no habría un «nuevo nacimiento», sino un zombi, un cadáver renacido sin alma que pretende aparentar lo que era cuando estaba vivo (¿a quién le suena esto?). Por eso es tan loable que, utilizando como trampolín su anterior trabajo, llevaran su nueva propuesta a una altura magistral, valiente y rebosante de potencia, al tiempo que se beneficiaba de un dinamismo del que carecía el anterior título, quizás porque también carecía de un batería (en realidad de toda batería, pues no había o fue el propio Clarkin el que se hizo cargo de ella, tocándola o programándola) de la talla de Harry James, el excelente músico de Thunder, un músico extraordinario además de asombrosamente reconocible. Clarkin vuelve a ser el responsable único de las composiciones de Magnum, aunque poco sería de ellos sin la voz de su imprescindible Bob Catley ni la elegante fidelidad y riqueza de matices de Mark Stanway a los teclados. Para hacerse cargo de las labores de bajista Tony y Bob se habían traído al jovial Alan Barrow, quien había trabajado con ellos en el segundo disco de Hard Rain ―imprudentemente poco valorada banda, en mi opinión― e indispensable ya durante los años posteriores.

Magnum alcanzó la cima de su popularidad a mediados de la década de los ochenta gracias a obras del calibre de On a storyteller’s night (1985), Vigilante (1986) o Wings of heaven (1988), referencias todas ellas, junto a otros títulos, imprescindibles para disfrutar en toda su exuberancia del rock melódico británico y del arte de una banda única e inimitable. Pero Clarkin no se sentía cómodo siendo primera línea de batalla, el brillo de los focos lo cegaba lo suficiente como para no permitirle observar con claridad lo que lo rodeaba y, menos aún, el horizonte al que dirigirse; el ruido mediático lo turbaba, no le dejaba pensar ni crear con el suficiente espacio y aire, por lo que optó por una más cómoda aunque discreta segunda línea de visibilidad que le posibilitaba escribir sus canciones con libertad, a cambio de mucha menor repercusión a nivel de popularidad. Supongo que de poco sirve la popularidad si el espíritu y la creatividad se ven perjudicados, si se secan hasta terminar podridos de fama y depauperados por la presión comercial. A pesar de, o gracias a, ello Magnum nos ha dejado una discografía que, valorada en su totalidad, se ofrece deslumbrante, con una homogénea personalidad y al mismo tiempo rica y variada, en la que lo relevante son los matices, los detalles, los sutiles quiebros evolutivos, las leves torsiones estilísticas, las suaves aunque emocionantes curvas hacia unas u otras sendas por las que profundizar en su propio arte.

Brand new morning adolece de cierta saturación en la producción para mi gusto, por ponerle un defecto. Pero ya. Porque todo lo demás me parece extraordinario, con un Bob Catley portentoso desde el mismo inicio y hasta el último minuto del álbum. Es un disco luminoso, vitalista, esperanzador, pese a la presencia de pinceladas de indignación y tristeza y gestos de rebeldía ante la realidad. Paradójicamente, o no, la portada del álbum ―creada por el mismo Al Barrow― refleja una visión tenebrosa que contrasta con el contenido musical. Un personaje de espaldas en primer plano con un sombrero con plumas mira a un espantapájaros que lleva el mismo sombrero, clavado en medio de un grisáceo desguace, al fondo, acechado por nubes cargadas de amenaza. A su izquierda hay una cruz que este personaje podría haber abandonado. Parece como si la portada mostrara la realidad del pasado más inmediato y el contenido musical la actitud del grupo (de Clarkin) ante el futuro.

Sin duda todo ello esté condicionado por el ataque al corazón que el compositor y guitarrista había sufrido dos años atrás. Por ello, el título homónimo que da inicio al disco expresa precisamente la fuerza del renacer y las ganas de vivir y disfrutar del tiempo que se nos ofrece. En «Brand new morning» ya destacan la fuerza expansiva de Harry James para marcar el ritmo y la poderosa voz de Catley. Los arpegios de guitarra y la apertura de la canción me recuerdan vagamente a los de «Hells bells» de AC/DC ―con la que coincide en ciertos aspectos motivacionales―. Luego la canción estalla gloriosamente con ese riff entrecortado y la banda sonando portentosa, vibrante, contundente. De la misma materia vitalista está hecha «It’s time to come together» en la que unas brillantísimas líneas de piano dan un precioso impulso a la canción y la llevan en volandas. «We all run» muestra un perfil más introspectivo subrayado por un estribillo marca de la casa, de esos que se pegan como un resfriado en una clase de tercero de primaria. La inercia del ritmo desacelerado de la canción nos deja subidos al tono definitivamente reposado de «The blue and the grey», a pesar de lo cual evita el contenido derrotista (Your castles walls are strong / No fear, no desperate worry).

El ritmo dirigido por James con solidez regresa en «I’ll breath for you» en la que unas guitarras exultantes anticipan una de las grandes canciones del álbum, tan buena que necesita el calentamiento que ofrece ésta para no ser víctima de un síncope de placer, porque «The last goodbye» se me antoja una de las creaciones imprescindibles del catálogo de la banda. Todo en esta composición es soberbio, superlativo: una introducción de piano sugerente, un ritmo memorable, unas finísimas melodías, una intensidad sostenida de manera magistral, un estribillo épico e inolvidable… Uno de esos momentos que nos regala Magnum cuando todo funciona mágicamente, cuando uno encuentra un instante de felicidad durante esos minutos en los que vive en una canción y olvida todo lo demás.

Tampoco se queda atrás «Immigrant son» (aplíquense los adjetivos laudatorios que se desee a elegir entre los anteriores y admírese, de nuevo, el maravilloso trabajo de Harry James).

«Hard road» sería la canción más destacada en un disco de cualquier otro grupo, pero aquí está rodeada de los cum laude del rock melódico y la matrícula de honor no luce tanto. A pesar de ello, el contraste entre las cuidadas melodías del desarrollo con la potencia del estribillo hace que la canción sea de degustación lenta y sus auténticas virtudes vayan brotando con las escuchas. Tiene dos minutos finales espectaculares con coros hipersugerentes y un acompañamiento de piano fabuloso.

Es el bajo de Alan Barrow quien se encarga de introducir la composición de diez minutos que cierra el álbum, «The scarecrow», que une su estilo y contenido lírico a la inicial «Brand new morning»: Now there’s nothing / to be frightened of / so come a bit closer / and just take my hand. La canción es un consciente crescendo que se toma su tiempo para crear la atmósfera requerida, para poder ser disfrutada sin prisas, con lo que su mensaje se explicita también en la forma. La temática hace referencia a la portada (o al revés) y a la ilustración de la parte trasera del libreto, con lo que la letra resulta tremendamente sugerente.

Se cierra así de manera circular el prólogo de un viaje repleto de esperanza, de un hermoso y enérgico renacer, introspectivo, espiritual, vitalista. Primer capítulo, segunda parte, nueva historia.

MAGNUM-Brand-New-Morning_cover
MAGNUM:
TONY CLARKIN: Guitarra
BOB CATLEY: Cantante
MARK STANWAY: Teclados
HARRY JAMES: Batería
AL BARROW: Bajo

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