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LYNCH MOB «The Brotherhood» (Rat Pak Records, 2017)

LYNCH MOB «The Brotherhood» (Rat Pak Records, 2017)

Una corona para el rey.

Por José Ramón González.

 

Admito que me siento algo indefenso al enfrentarme al reto de transmitir las virtudes que atesora el nuevo y deslumbrante álbum de Lynch Mob. Se trata de una obra tan especial, tan enérgica, tan intensamente vibrante, excitante y adictiva que creo que únicamente su escucha atenta y dedicada posibilita captar en su totalidad y plenitud la riqueza que contiene preparada para explotar en el momento propicio.

The brotherhood es un disco de rock terroso al tiempo que melódico y sugerente, encharcado de curvas musicales oníricas que se escabullen de los lugares comunes sin perder los referentes imprescindibles e indudablemente reconocibles: ahí están, como una capa protectora, Led Zeppelin, de quienes parecen haber extraído una energía mágica y casi mística. Uno entra en un mundo alternativo al escuchar las guitarras y las sinuosas melodías de “Main ofender” con la que se abre el álbum, la potencia rocosa de la base rítmica, la voz que resuena en el ambiente y cuyo origen resulta inexpresable. Tras escuchar la canción varias decenas de veces desconcierta seguir descubriendo sonidos, estructuras, dibujos, detalles en toda la canción que permiten disfrutarla inagotablemente. Al menos una de esas escuchas se debe dedicar exclusivamente a la guitarra rítmica de George Lynch, quien parece inspirado por fuerzas espirituales de otra dimensión, al igual que las voces de Oni Logan, que evolucionan sin que sepamos hasta dónde van a llegar. Y de repente, como una visión, como una abertura por la que entra la luz y el aire, aparece ese estribillo que no se sabe si es preludio o plenitud que nos libera de la locura por unos instantes. En ese momento somos conscientes de que dudamos de qué estado preferimos, y llegamos a la inquietante resolución de que estar pegado a la locura y al mismo tiempo alejarse de ella es lo que nos atrae.

Para corroborar este planteamiento está, como una prolongación, “Mr. Jekyll and Hyde”, una canción que sigue los principios estructurales de la anterior, el desarrollo exuberante de enredaderas melódicas y obsesivas que no dan opción al respiro, sólo al grito; la liberación del estribillo no existe, sólo el espejismo de una salida que no es más que la constatación de estar atrapado.

En estos espacios en los que la oscuridad y la luz se alternan hace su aparición la luminosa “I’ll take Miami” que retoma el más tradicional estilo Lynch Mob, y llama la atención la aparición de unos coros que hasta ahora sólo se habían atisbado tímidamente en la anterior canción. Aquí lo hacen en plenitud, recordando en sus armonías y estilo a esos de la década de los sesenta que tan bien contrastan con la contundencia de las guitarras y el ritmo inapelable del bajo de Sean McNabb.

También lucha por ser alegre “Last call lady” pero no lo logra todo del todo, hay en su fondo un tono extraño, una letanía que resuena en las notas de la voz que obligan a buscar las nubes alrededor. Y es una canción estupenda.

“Where we started” comienza como si estuviera subiendo por una colina para lanzarse cuesta abajo de modo entusiasta al llegar al pre-estribillo. Una composición sencilla se transforma en algo excitante en ese momento mientras las notas de la guitarra revientan el marco de lo que pudiera quedar de una canción convencional.

Creo que estas cinco canciones serían más que suficientes para coronar este disco como la obra cumbre de Lynch Mob, la esencia de su sonido, la depuración de su progreso que es a la vez hundimiento en sus orígenes. Asumen la personalidad de Led Zeppelin en “The forgotten Maiden’s Pearl” y su espíritu inmortal exhala notas, tonos y formas en “Black mountain”. Entre estas dos están otras dos locuras irresistibles, dos muestras del nivel de depuración esencial a la que ha llegado la banda: la contención magistral de “Until the sky comes down”, salpicada de deliciosos coros, unas guitarras que en los primeros segundos nos traen las resonancias de lo que hacía Lynch en Dokken, y Logan en un momento maravilloso de dominio de cada nota que canta; y “Black heart days”, a la que le sacan oro por medio de las melodías y las voces sin que dé tiempo a reparar en que el ritmo es más que sencillo mientras se sigue como un metrónomo la batería de Jimmy D’Anda.

Las dos últimas canciones, sin contar el bonus track “Until I get my gold”, son más difíciles de asimilar, más densas: recreada en sí misma “Dog town mystics”, hipnótica y lenta, en la que los espacios permiten serpentear libremente a McNabb. Con “Miles away” tuve algunos reparos al principio, me resultaba difícil entrar en sus oblicuas melodías, conectar con su tono entristecido. Es una canción que no se deja atrapar fácilmente.

Aunque muchos no compartirán mi entusiasmo por The brotherhood, y lo comprendo, a mí me parece una imponente obra de madurez rebosante de personalidad y potencia, una obra extraña y muy estimulante.

 

LynchMobThebrotherhoodLYNCH MOB:
GEORGE LYNCH: Guitarra
ONI LOGAN: Cantante
SEAN MCNABB: Bajo
JIMMY D’ANDA: Batería

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