Sala Penélope, 7 de junio de 2016.
Por José Ramón González.
Soy un traidor, lo admito. O un desagradecido. Anoche asistí al concierto que daban King Kobra en Madrid, después de treinta años desde la última vez que lo hicieron, pero yo no fui para ver a King Kobra. Si hubiese sido así no creo que me hubiera pasado por allí. Yo iba con el único interés de ver y escuchar a Paul Shortino, uno de mis cantantes favoritos. Si tenía la suerte de encontrarme con varias canciones de sus dos discos con la banda en lugar del obligado viaje en el tiempo a las canciones de los ochenta, mucho mejor. No es que no sienta interés por el grupo pero, seamos sinceros, ir para dejarse enredar durante unos minutos por la nostalgia de escuchar las canciones de “los dos primeros discos” parece, aunque respetable, un poco ingenuo.
La prueba la dieron las primeras notas de “Ready to strike”: confusa, sucia, inconexa. Algo parecido a lo que ocurría con “Hunger”, en la que Paul Shortino se lucía en las estrofas aportando ese aire blues tan suyo, pero sufría en el estribillo, aunque con dignidad, la misma que estaba a punto de perder cuando hacía el heavy con la cabeza. Eso no le ocurría a Johnny Rod, que perdió la suya hace mucho tiempo y sigue dando saltos y carreras sin parar aportando al espectáculo un aire muy entretenido. No para.
Los mejores momentos llegan con la interpretación de “Live forever” o “Turn up the good times” entre otras, canciones de los últimos dos discos de la banda con Paul Shortino que sonaban contundentes y con potencia. Tanta era la diferencia que cualquiera podía entender que ésa era la banda a la que estábamos viendo y no esa otra que intentaba recrear canciones clásicas con muy poca fortuna. ¿King Kobra con Paul Shortino o Paul Shortino con King Kobra? Unos iban a ver a los primeros y otros, los menos me temo por la reacción de los presentes, a los segundos. Y no censuro que haya un público deseoso de ver a King Kobra, pero es absurdo que espere encontrarse con algo que desapareció hace décadas interpretado como entonces. Ni siquiera Shortino parecía muy acostumbrado al repertorio pues cantó varias canciones de espaldas al público, sospecho que leyendo las letras de las canciones, y fue asistido en varias ocasiones por Rod para avisarle de cuándo debía entrar. Tampoco el resto parecía muy ensayado, improvisando finales de canciones que no terminaban nunca y con varias meteduras de pata que podrían resultar simpáticas si no se notase tanto la falta de ensayos.
Y es que tampoco es una banda que cuente con un repertorio demoledor. De los ochenta minutos contados que duró el concierto, incluidos oeoes, yeahs y estribillos repetidos y coreados por los asistentes hasta la desesperación y solo de batería de Appice, poco se puede sacar. Cinco clásicos, homenaje a Dio, trocito de Deep Purple y del “Wild child” de W.A.S.P. cantado por Rod me hicieron concebir la esperanza de algo imposible: que tocaran alguna canción de Rough Cutt, cosa que no ocurrió.
David Michael-Philips cumplió de forma justita. La sorpresa la protagonizó el espectacular guitarrista Jordan Ziff, que aportó unos magníficos solos de guitarra. No en vano ha acompañado a Marty Friedman.
Y poco más. No llegué a ver a Tequila Sunrise, a pesar de las ganas que tenía de verlos.
Es verdad que luego salieron a hacer tres canciones más, pero creo que más por compromiso que por el entusiasmo de los asistentes que abandonaron la sala sin rechistar nada más dejar de sonar la última nota.
Así pues, estupendos Paul Shortino con King Kobra; mucho menos King Kobra con Paul Shortino.
