Una obra para culminar un siglo.
Por José Ramón González.
A quien quiso compartir una canción
No han sido pocas las ocasiones en las que he pensado que en algún momento le dedicaría unas líneas a A time & a place for everything, uno de esos álbumes que considero tan excepcional como poco valorado y reconocido. Sin embargo en cada una de ellas he desechado la idea. Me ocurre muchas veces: ¿a quién le va a importar ese disco de hace dos décadas y, menos aún, lo que yo pueda decir acerca de él?
Hace unos días recibí un mensaje de un lejano amigo de la adolescencia que me recordaba una de las canciones del álbum que trajo de regreso a los holandeses Helloïse, una banda atractiva y misteriosa que tras dos estupendos discos publicados en la mitad de los años ochenta desaparecieron tan inesperadamente como llegaron. Su Cosmogony de 1985 es un clásico de los discos de culto e imprescindible en la discografía de todo buen aficionado al mejor hard rock. Cuando a alguien se le saca en la conversación el nombre de Helloïse, inmediatamente suelta un rayo cosmogónico de admiración en forma de título de una de las canciones para mostrar su entusiasmo ante uno de esos buenos discos semidesconocidos. Porque Cosmogony es, ciertamente, un álbum de categoría. Hace gala de una personalidad tremenda, una enorme creatividad y un casi inagotable despliegue de recursos. Ocho canciones que suponen un potente e inolvidable fogonazo eléctrico-melódico junto a una portada ya mítica. Posiblemente el de Cosmogony sea uno de esos casos de obra tan buena que hunde a la banda, porque ellos o los aficionados sienten que es imposible superarla. Sin embargo, al año siguiente demostraron con Polarity que de eso nada, monada, aunque la atención que recibió fue prácticamente nula y su distribución tan inexistente como la preocupación de un político por el bienestar de los ciudadanos, tras lo cual la banda terminó por separarse.
He dicho que este amigo me recordó una de las canciones del disco, aunque en realidad no necesitaba recordarla porque es un álbum que siempre tengo presente. Lo que en realidad me trajo de vuelta fue la emoción de compartir, la agradable sensación de que existe alguien más que uno mismo que disfruta de la misma música, y eso es algo que sí tengo más olvidado. La proliferación, la invasión más bien de las redes sociales y el uso superficial y nómada que hacen los usuarios de ellas han conseguido que algunos de los aspectos positivos que aportaron las nuevas tecnologías, como la comunicación entre usuarios que intercambiaban y aportaban diferentes y ricos puntos de vista en un espacio virtual, haya prácticamente desaparecido en muy poco tiempo arrasados por un tsunami de desidia. Por eso me emocionó saber que alguien, lejos geográficamente y también en la memoria, decidiera enviarme una canción de aquel álbum para compartirla conmigo. Por ello he creído que era el momento y el lugar para hablar de esta obra.
A time & a place for everything me resulta un álbum perfecto para representar el fin del siglo al que pertenece. Recoge en él mucha de la mejor música hard rock que se hizo en las dos últimas décadas del siglo XX, arrastra las ilusiones perdidas de una generación dejando a su paso las huellas de un pasado perfectamente reconocible, aunque al mismo tiempo está cargado de esa magia del género, de sus mayores virtudes y de su irrepetible estado de gracia. Al mismo tiempo retoma el pulso y la inspiración de su primer álbum y lo transforma en una descarga de guitarras potentísima. Después de estar desaparecida durante más de diez años, Helloïse volvía para recordarnos las sensaciones olvidadas al acabar los años ochenta pero preñadas ahora de la rabia, la fuerza y la frustración de los años noventa. En definitiva, parecía que el álbum era un grito de venganza guardado durante más de una década, quizás por no haber podido continuar una carrera que prometía un futuro que nunca llegó. Y así comienza el álbum publicado en 1998, con un grito del incombustible Stan Verbraak a cuya voz el tiempo se ha olvidado de castigar, unas guitarras salvajes que uno no sabe si son hijas ilegítimas del heavy metal o auténticas herederas del hard rock más insolente, y una base rítmica que soporta esa furiosa descarga y la lanza al espacio (We are, we are, sailors of the universe…).
El álbum no tiene un minuto de desperdicio, y aunque «Blame it on the night» recupera el atractivo mágico de Cosmogony con guitarras dobladas y un estribillo con pegada, «Tainted love» es una excelente muestra de hard rock melódico cuya estructura recupera el arranque suave que tan bien funcionaba en los ochenta para dar paso poco después a una explosión musical de intensidad y frustración, «After the war» ―la canción que eligió mi amigo― se mueve como un infiltrado entre las líneas del hard rock y el heavy metal al tiempo que, por momentos, parece el reverso tenebroso de «Staying alive», y «Telephone lover» expresa con desgarro las limitaciones de una relación a distancia ―de indiscutible actualidad―…; hay una canción antológica, sensacional, de cuya grandeza la banda seguro que tenía plena consciencia, pues de ella extrajeron el título del álbum y la reservaron para cerrarlo ―o casi, pues hay una canción más que no está en los créditos―: «Vicious circles» es enorme, exuberante en intensidad, fuerza y emoción, con unas melodías muy logradas y unas guitarras que se enredan como hidras. La sincera autenticidad del prestribillo, a pesar de su simpleza y de suponer un tópico ―I don’t believe you when you say / nobody gives a damn about you, believe in yourself / and your wildest dreams will come true―, siempre me ha llegado por la forma en la que está arropada en una inspirada textura musical.
Suelo pensar que obras como Cosmogony no salen de la nada, ni son fruto de la suerte, sino que parece obvio que ahí hay talento, ganas, ilusión y conocimiento. Por eso, aunque sea una década después, los cinco miembros de Helloïse reaparecen con un trabajo que confirma la teoría expuesta ofreciendo un espléndido álbum, de indudable altura. Guitarras desgarradas y potentes, gruesas, que son el contrapunto perfecto a las melodías vocales. Bien es cierto que no están tan presentes esas dobles guitarras tan características de su primer álbum; aquí lo que pesa son las cuerdas vibrando en la tensión de unas composiciones brillantes y una interpretación de una seguridad que no se resquebraja y que no olvida los aspectos más melódicos ni las canciones pegadizas («Emergency» o «Fallen angel (Where are you now?)» y su bonito juego de guitarras acústicas y eléctricas).
Si Cosmogony es un clásico de los discos de culto, A time & a place for everything es, me temo, prácticamente un completo desconocido; si la historia no ha sido del todo justa con ese primer disco con éste roza la crueldad. El devenir de los dos primeros álbumes de la banda se repite diez años después: en 2001 publican Fata Morgana, otro estupendo álbum, y vuelven a desaparecer. Parece que no hayan existido nunca. Puede resultar increíble que una banda inaccesible y perdida aparezca de nuevo en nuestra órbita para facturar otros dos excelentes discos y se vuelva a perder en el universo de su propia cosmogonía, como un cometa que creíamos perdido. Sin embargo la estela que dejan sus obras demuestra que su existencia es real y digna de admiración. Ya nadie mira al cielo esperando verlos pasar de nuevo pero, quién sabe de los misterios del universo.
HELLOÏSE:
STAN VERBRAAK: Cantante
ARJAN BOOGERDS: Guitarra y coros
BEN BLAAUW: Guitarra, teclados y coros
MARCHELL REMEEUS: Bajo
ERNST VAN EE: Batería