Suspenso en amor, aprobado con nota en música.
Por José Ramón González.
Uno a veces hace un repaso, que trata de ser algo más analítico, de algunos discos que lo han acompañado durante años, una suerte de revisión autobiográfica que se convierte en un ajuste de cuentas cuya objetividad arroja en ocasiones un resultado realista y desengañado. Una vez que se sacan de la ecuación los condicionantes nostálgicos e idealizados, el objeto de análisis no aguanta. Por tanto, cuando uno se enfrenta a tamaño desafío se puede encontrar con que tal o cual «joya» que parecía intocable no ha pasado ni el aprobado en la reválida del Tiempo. No son tantos los que conservan casi intactos los valores que los hacían extraordinarios y admirables, y muchos los que se han convertido en parte de una banda sonora nostálgica que sólo puede ser escuchada en la intimidad, pues somos concientes de que no son más que eso: un recuerdo agradable y emocionante. Con otros, pasados los años, es casi imposible marcar distancia; resulta muy difícil saber si en realidad son valiosos o no porque los llevamos tan marcados en la piel, en la memoria y en el corazón, forman parte de nosotros de tal modo, que ya no podemos escucharlos con la perspectiva necesaria. (Alguno pensará acertadamente: «¿y quién necesita justificarlo?».)
Sin embargo también es posible encontrarse con álbumes que, quizás no tan sorprendentemente, mantienen tan fresca su energía como otros clásicos incontestables a pesar de no haber sido más que una anécdota en la historia de la música. El disco de Goliath siempre me ha parecido uno de los más completos de los que se publicaron en su época, si bien no tuvo apenas repercusión. Sigue sonando tan magnético, sorprendente y rico que ahora, treinta y cinco años después de su publicación, lo considero un clásico por méritos propios. Y me encanta que me siga gustando por sí mismo y, a la vez, por traerme la cálida temperatura y el carácter de su época. Cuenta entre sus filas con algunos de los músicos más relevantes de la época o que llegarían a serlo: ahí estaban Enrique Bertrán de Lis a la guitarra, José Barta a los teclados (aunque no llegó a grabar en el álbum más que la canción «Música»), Ángel Arias al bajo, Javier Ponce a la guitarra y el excelente y enérgico Luis Pulido a la voz. Goliath aparece referido en la historia del rock español simplemente por haber sido la semilla de los más recordados Júpiter, que alcanzaron mayor repercusión aunque, a mi parecer, menores logros artísticos.
La banda presenta un disco de hard rock clásico con estructuras muy trabajadas y menos tópicas que las habituales en nuestro género, con algunas influencias de Iron Maiden en más de un momento, un sonido de guitarras muy natural con referentes en las bandas de finales de los setenta ―por ahí se dejan notar Thin Lizzy― pero con tratamiento de plenos ochenta. Las composiciones resultan originales, con construcciones audaces que requieren no poca pericia técnica, dúos de guitarras tan afilados como melódicos y letras exentas, en algunas canciones, de los lugares comunes más transitados. El álbum denota pasión por la música. Es un trabajo de rock español con los oídos abiertos al exterior que amplía su mirada proyectando su eco lejos de nuestras fronteras.
El vinilo comienza con la buenísima “Herencia maldita”, para mí un clásico indiscutible. Entra con el fabuloso juego de guitarras que será habitual a lo largo del álbum, la voz de Luis Pulido en un grito sellado en la época y el fantástico bajo de Ángel Arias. Una canción perfectamente construida e interpretada, técnicamente admirable, rápida sin ser agotadora, potente y con melodía. Aquí ya podemos apreciar cómo sortean los tópicos, agrietan las estructuras perezosas y disfrutamos de los primeros buenos solos de guitarra. Es una canción de las que crean ansiedad por averiguar cómo va a continuar esto. “La fuerza del rock” despeja la incógnita, una composición que trata el machacado tema de forma fabulosa, con melodías contagiosas, arranque de guitarras que suenan a Barón Rojo ―el disco está producido por Carlos de Castro― con un buen prestribillo que nos obliga a perdonar que el estribillo sí sea algo más típico y las letras menos exigentes, aunque salimos más que compensados por la instrumental parte central y la convincente forma de cantar de Luis Pulido, que hace un trabajo excepcional.
Una acertada introducción cuyas resonancias al principio y al final nos llevan hasta Y&T permite que «Trampa mortal» explote con energía; se beneficia de un ritmo que mezcla lo mejor de los setenta y ochenta al tiempo que está reforzada por el admirable trabajo de Ángel Arias al bajo y de Alberto Hernando a la batería. “Reaccionar” viene a ser una canción algo más estándar pero que tiene un estribillo antológico y unos solos de guitarra que certifican su brillantez musical. Cierra la primera cara del disco “Dios del Rock” en una vena más heavy clásico.
En la segunda cara abre “Te encontraré”, de lo mejor del álbum: juegos de guitarras y bajo, magnífico puente que se abre a lo UFO/Michael Schenker y se cierra tronando a Iron Maiden, cuya influencia es notoria en toda la canción. Incluso en “Evasión”, más divertida y desenfadada, son capaces de crear algo original y elevar el listón de una canción meramente festiva con unas guitarras rítmicas fabulosas. “Drácula”, una aportación curiosa en la temática vampírica en la que las guitarras vuelven a brillar ―sorprende que Bertrán de Lis, nada amigo de los grupos con dos guitarristas, se adaptase tan bien y con un resultado tan bueno― con unos solos magníficos, deja el tono alto para resaltar el contraste con la balada final “Música”, una composición atractiva, de intensidad creciente que camina hacia la luz del estribillo, con un gran solo de guitarra y un final que hace lamentar que no sea más largo y elaborado.
Algunos pueden pensar, y puede que tengan razón, que he sido hiperbólico en la apreciación de un disco que no tiene apenas trascendencia en la historia de la música española; pero es que esto es rock, y cuando es bueno ―y a veces incluso sin serlo― eso no tiene ninguna importancia. El disco de Goliath reúne méritos más que suficientes para que sea recordado como uno de los álbumes más interesantes del rock español de los ochenta y aún hoy indiscutiblemente disfrutable, lo cual lo hace más gratificante. Lo he examinado detenidamente: no es nostalgia.
GOLIATH:
LUIS PULIDO: Voz y coros
JAVIER PONCE: Guitarra y coros
ÁNGEL ARIAS: Bajo y coros
ENRIQUE BERTRÁN DE LIS: Guitarra
ALBERTO HERNANDO: Batería
JOSÉ B. BARTA: Teclados en «Música»