El canto del cisne.
Por Carlos Bayón.
Año 1991. Los primeros signos de lo que luego sería la explosión grunge ya empiezan a dar sus primeras señales, y todo lo que huela a años 80, hard rock, fiesta, diversión y chicas etc… empieza a ser mal visto en la industria discográfica, que ya comienza a ver otra gallina de los huevos de oro con la que seguir ganando dinero.
En esas, cinco chicos suecos que habían reventado las radios y televisiones con una intro de teclados que ha sonado y sigue sonando en todos los rincones de la tierra en 1986, y tras una muy buena continuación con “Out Of This World”, pero que no vendió lo que la compañía quiso, se enfrentan al todo o nada con su siguiente disco; o rompen las listas o puerta, todo en contra. Las circunstancias y el momento, como hemos visto, no son las más propicias para unos chicos que no consiguen quitarse de encima la sombra y el estigma de ser los guaperas compositores del megahit de la década.
Aun así, se ponen manos a la obra en conseguir hacer el mejor disco posible, y si no triunfa, que no sea porque no lo han intentado. De primeras buscan un productor de renombre, aunque un poco alejado a su sonido como Beau Hill, artífice del éxito y de la carrera de grupos tan dispares como Ratt, Warrant o Winger, que les hace sonar un pelín artificiales pero más rockeros. Son los 90, todo lo que huela a los 80 tiene que desaparecer, imagen austera, nada de spandex y maquillaje, que se note que hemos crecido, evolucionado y madurado, ya no somos los guaperas de antes, ahora queremos que se nos reconozca lo buenos músicos que somos, no somos sólo una imagen, somos una banda de rock al desnudo y con mayúsculas.
Se van a grabar a Estados Unidos, y por primera vez utilizan compositores ajenos como Eric Martin, Jim Vallance o Fiona. El sonido se americaniza, las guitarras se vuelven más duras, los teclados siguen estando presentes, pero todo en beneficio de la canción. Algo similar intentaron sus compatriotas Treat con su disco “Organized Crime” de 1989 y no les salió muy bien, a pesar de ser un gran disco.
Siguen estando presentes los coros, las melodías que tan bien se les dan y las guitarras cristalinas y limpias made in Kee Marcello, guitarrista muy elegante, que le viene al grupo y a su sonido como anillo al dedo, adaptándose perfectamente al grupo. Una pena que la banda reniegue un poco de su legado y apenas quiera saber nada de su época.
Puede que este disco adoleciera de un hit más comercial que rompiera las listas, tiene canciones pegadizas, pero ninguna lo suficiente como para dar el pelotazo, quizá la época, pero canciones como “All or Nothing” o “Halfway to Heaven” no desmerecen en absoluto con el resto de su carrera.
La primera parte del álbum es la que más puede recordar a su anterior etapa, las canciones son más pegadizas, llenas de grandes estribillos, como las nombradas anteriormente o la balada “I´ll Cry for You”, la rockera y pegadiza “Talk to Me” o la que fue elegida como primer single y título del disco “Prisoners in Paradise”, con un aire a The Beatles. La boogie “Little Bit of Lovin’” o la purpeliana “Seventh Sign”, con estas el disco ya es de notable alto, suena fresco, dinámico e incluso hacen olvidar sus anteriores propuestas. Nunca hasta ahora habían sonado así; las letras son algo más comprometidas, siguen hablando de amor y temas banales, pero no dejan de lado la realidad social de la época, con una crisis a las puertas que golpearía el mundo entero un año después.
En la segunda parte del álbum están las canciones más enérgicas y duras, empezando por “Bad Blood” con una intro rara de aires africanos; “Got Your Mind in The Gutter” o “’Til My Heart Beats Down Your Door” en las que las guitarras llevan la voz cantante y los teclados están para rellenar e ir dejando arreglitos y pinceladas. Se atreven incluso con un tema bluesy como “Homeland”, con una letra sobre el desarraigo y el apego a la propia tierra natal.
Joey Tempest se deja la garganta en unos tonos a los que nunca antes había necesitado llegar, y defiende unas canciones, que creo en mi opinión, alejadas de su estilo pero a las que se adapta como un guante.
Y por raro que parezca, dejan para el final la mejor canción del disco, “Girl From Lebanon”, donde la guitarra entra limpia sin artificios, lenta, con aires árabes, para cambiar de repente con un riff contagioso y una base de teclados casi imperceptibles, que se hacen más presentes en el estribillo, pocos temas mejores hay para cerrar un disco, que desgraciadamente, fue el canto del cisne de una carrera que parecía que era el final, pero que prácticamente 10 años después consiguieron resucitar, aunque con un sonido totalmente alejado de lo que fue su gran época.
No hubo suerte, todos los esfuerzos fueron en vano, el disco apenas vendió o por lo menos no lo suficiente para contentar a la discográfica, más preocupada quizás, de encontrar a lo nuevos Pearl Jam o Stone Temple Pilots debajo de las piedras, que de promocionar el álbum. Y ni una gira posterior por Europa de acompañantes de Bon Jovi consiguió relanzar la carrera de estos fenomenales suecos, que nos dieron tres de los mejores discos de un estilo que, aunque pasen los años, nunca se le dará por muerto y siempre nos queda el volver la vista atrás y escuchar algunos clásicos como este.
Quizá también algo de hastío, de hartazgo, les hizo abandonar, el haber intentado todo para nada, el querer buscar nuevas aventuras en solitario, como hizo Joey con su primer disco “A Place to Call Home”, puede que también las relaciones estuvieran algo deterioradas y necesitaran respirar y buscar cosas nuevas, pero el caso es que aquí acabó su primera etapa, la suya y la de otros contemporáneos a ellos que también abandonaron ante la falta de apoyos, una pena.
Entra dentro del terreno de la suposición hacía donde habrían ido los tiros si hubiera habido una continuación a este gran “Prisoners in Paradise”.
EUROPE:
JOEY TEMPEST: Voz
KEE MARCELLO: Guitarras
MIC MICHAELI: Teclados
JOHN LEVÉN: Bajo
IAN HAUGHLAND: Batería