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DRY RIVER «2038» (Rock Estatal, 2018)

DRY RIVER «2038» (Rock Estatal, 2018)

Su historia sí se contará.

Por José Ramón González.

 

Coincidencias

Nunca he creído en la existencia de lo que llamamos habitualmente casualidades. Por ello no me parece simplemente una de ellas que hayan coincidido prácticamente en el mismo momento dos acontecimientos artísticos de altura, y que ambos sitúen su propuesta en un hipotético año 2038. Y que en los dos haya una preocupación acerca de lo que significa el arte en nuestro tiempo y lo que supondría la ausencia del mismo. Uno de ellos es la magistral nueva obra del grupo teatral Ron Lalá Crimen y telón, y el otro el esperadísimo e igualmente magistral (otra coincidencia) nuevo álbum de Dry River 2038. Algo es evidente: toda obra ambientada o localizada en el futuro refleja las inquietudes del presente.

En Crimen y telón el detective Noir, un exversoadicto, busca en el año 2038 al asesino de Teatro en un mundo en el que las artes están proscritas, y durante su búsqueda recae en su adicción cantando y tocando clandestinamente por los callejones oscuros. Dry River, en su teatralización musical, se observan a sí mismos en 2018 desde el año 2038 para celebrar la publicación del disco que cambió la historia.

Es posible ―muy posible desgraciadamente― que 2038 no cambie la historia, pero sí, y esto también es muy seguro, que cambie o mejore muchas historias, las de la existencia de cada uno de los que escuchamos música indispensablemente, como el detective Noir adicto al arte, y que necesitamos nuestra dosis directa al espíritu para conservar la humanidad que nos queda, o para recuperar la que vamos perdiendo. Si somos humanos es porque somos capaces de contemplar y disfrutar la belleza. Que un artista sea capaz de generar una experiencia así supone un logro mayúsculo.

Por ello, sería justo felicitar a Dry River por su nuevo disco, pero no lo voy a hacer. Voy a felicitarme a mí mismo y a todo el que haya adquirido, sin necesidad de subastas ni pujas ansiosas, una obra de arte como la que ellos acaban de crear. Inspiración, talento, inteligencia, sensibilidad, grandeza, trascendencia… ¿No es eso arte? ¿No aportan belleza a este mundo tan feo?

 

Excelsitud

En 2038 Dry River continúan hablando del circo de la Tierra. En su temática están presentes muchas de las preocupaciones y males de la sociedad contemporánea ―también universal―, unas veces tratadas con un tono más grave, con formas más afiladas, y en otras con ese registro tan vitalista que contrasta con el fondo, si bien en realidad la forma termina siendo el fondo.

La (grandiosa, imprescindible, magistral, emotiva) “Perder el norte” con la que se abre el álbum es una clara muestra de todo ello, una canción que trata de los sufrimientos vividos por muchos de nosotros a lo largo de los últimos años, con una letra que denuncia las actitudes despreciables de los de siempre, pero que no se queda en el consuelo del patetismo, sino que elogia la lucha, el coraje, la valentía y la capacidad para remontar y superar todas las situaciones de los más desamparados. Un himno a la esperanza, quintaesencia de la música del grupo, una celebración de la supervivencia. Los héroes de cada amanecer están reflejados en cada línea y cada nota, con secciones que intensifican el mensaje según avanza la canción: guitarras más contundentes e interpretaciones más potentes en la segunda parte de la canción y momentos dramáticos en la sección central. Ya he dicho lo de magistral ¿no? Música y letra, mensaje y emoción. Cada músico ha dado un paso de excelencia en su interpretación, y todos juntos otro como banda. Las armonías vocales alcanzan matices maravillosos, y Ángel Belinchón ha pasado a otro nivel artístico, pues ha logrado una textura, un cuerpo en la voz que le permite dotar a cada frase de un significado profundo; su versatilidad logra diferentes efectos en cada momento y eso otorga una enorme riqueza a las composiciones. La banda suena como no se ha escuchado sonar a nadie desde hace muchos años. Todo es absoluta e indiscutiblemente orgánico. Y para potenciar, enriquecer y adherir el conjunto, como un valor añadido que ahora se antoja insustituible, están los arreglos de cuerdas que dan un nuevo sentido a todo.

En 2038 no sólo hay humanismo, también hay ciencia. Hagamos un experimento científico: ¿Es posible que un cuerpo mantenga el vello erizado durante cinco minutos seguidos? Póngase a prueba bajo la escucha de “Me va a faltar el aire”. Una baladón superlativo. El solo de guitarra de Carlos Álvarez recupera las resonancias de lo mejor de Michael Thompson o Gary Moore, por nombrar sólo a dos: melodías que hablan con profundidad, progresiones que de imprescindibles resultan vitales, que parecen haber estado en algún lugar desde siempre y que ahora Carlos sólo ha tenido que encontrar. Quizás simplemente estaban esperando a que alguien compusiera esta canción. El final con la orquesta y los coros redondean una pieza de resonancia universal.

Vayamos a “Fundido a negro”, creación que anuncia la desconfianza en el futuro por la acción del humano sobre la Tierra y las posibles consecuencias de una reacción de ésta si decide que se le ha hinchado el magma de aguantarnos, con lo que nuestro futuro no sería contado, pues no existiría. La ligera estridencia épica de las cuerdas unida al riff principal de la canción cabalgan sobre el latido del corazón del planeta dirigido por el bajo de David Mascaró, que se queda palpitando justo en el centro de la composición. Las voces que introducen el estribillo transmiten el lamento de la madre Tierra y se refuerzan con aliteraciones desgarradoras (“ruge el viento en un quejido terminal”). Me encanta el piano de Martí Ballmunt que desde el principio aporta un toque de clasicismo a una canción muy potente, casi heavy. Contrastes reveladores.

En esa línea encontramos los diez minutos de “Peán”, una composición magnífica que dará consuelo a los seguidores de Avalanch de la añorada formación de los últimos álbumes. Ángel está deslumbrante en esta canción (en esta también, quiero decir), las guitarras de Carlos y Matías Orero se enfrentan en varios momentos a los violines en una batalla gozosa. Los tempos van equilibrando las secciones de la canción, que se pasa en un suspiro. Intentar explicar todo lo que pasa en ella sí que es una batalla perdida.

Estamos ante una obra muy potente, a lo cual contribuye no poco “Camino”. Composición cuya letra está construida a base de paradojas y oxímoron. Una parte central instrumental muy cañera, con aportación esencial de todos los instrumentos y una batería en la que Pedro Corral pasa por todos los ritmos posibles. Deliciosos coros de la casa dejan marcada la canción con el sello Dry River.

Exigente canción “Rómpelo”, que da un repaso al blues, al swing, al funky, al rock & roll, a la música de orquestas, al jazz, al soul y a qué sé yo más. El triunfante estribillo, irresistiblemente coreable, es una prueba de inteligencia y exquisito gusto. No me extiendo en los coros, los imprescindibles arreglos de viento, las guitarras, el trabajo de Pedro y David, pues ni me acercaría a hacer honor a todo lo que hay en esta maravilla.

Para quien busque rememorar la diversión que ofrecía en su anterior álbum una canción como “Irresistible”, puede gorrinear a placer con “Me pone a cien”, otra paradójica composición metamusical que transforma en musical lo antimusical de lo que habla. Todos los tics de las canciones a las que se refiere y que cuestiona aparecen aquí y queda fantástico. ¿Es posible?

“Al otro lado” es una gozada que se va quedando detrás de uno, discretamente, y que se encuentra cada vez que se gira. “Cautivos” propone una contagiosa canción semicountry que puede recordar a algo de MClan. Y cierran el disco con la vibrante “Con la música a otra parte”, endemoniadamente pegadiza en cuyo final encontramos una sesión de prácticas a lo Lynyrd Skynyrd de “Free bird”.

 

Contrastes y equilibrio

Dry River son lo mejor que le ha pasado a los aficionados a la música en muchos años, especialmente ahora que vivimos una época de decadencia artística en este ámbito. Han logrado hacer algo muy complicado, que es superar una obra tan magnífica como Quien tenga algo que decir… que calle para siempre. Y lo han hecho exprimiendo su talento, respetándose a sí mismos, a la esencia de lo que son y por qué lo son, y regalando a sus seguidores ―y a los que no lo sean― una obra perdurable, extraordinaria, llena de talento, belleza, inteligencia, personalidad y gracia.

2038 está sustentada a través de contrastes y equilibrios. Contrastes que he comentado a lo largo de esta (demasiado) extensa reseña, que dota de potencia y riqueza a cada pieza; y el equilibrio admirable que han conseguido con todo ello, no solo en las canciones sino en el conjunto, tanto en el estilo como en la temática. El concepto de obra total vuelve a estar muy presente, resultando de ello un álbum enormemente coherente apoyado en unas transiciones de una canción a otra muy naturales, como si no existiese otra opción de continuidad a una canción que la que le sigue. Como en las grandes obras de la música.

Si se produce el fundido a negro que Dry River anuncia ―cosa que no asombraría a muchos por lo que vemos en los últimos tiempos― y terminamos cantando a escondidas en callejones oscuros como el detective protagonista de Crimen y telón, por muy horrible que sea el mundo que nos espera, nunca podrá ser tan malo como para que no quede alguien con la necesaria sensibilidad humana para interpretar una hermosa canción, la de una banda de rock que pudo cambiar la historia.

 

dryrivercover2038DRY RIVER:
CARLOS ÁLVAREZ PRADES: Guitarras, teclados, piano y coros
ÁNGEL BELINCHÓN CALLEJA: Voz principal y coros
MATÍAS ORERO AGUILELLA: Guitarras y coros
DAVID MASCARÓ ROJAS: Bajo y coros
MARTÍ BALLMUNT BLASCO: Piano, saxo tenor y coros
PEDRO CORRAL CHIVA: Batería

Foto: Juan Torrent

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1 Comentario

  1. Imagen de perfil de starbreaker

    A uno ya se le acaban los calificativos para elogiar las sensacionales reseñas de Don Joserra.
    Una vez más, ¡Felicidades «MAESTRO»!

    Responder

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