El tigre ahora es un dragón que echa fuego.
Por José Ramón González.
Fotos: Drunken Buddha.
Hace ahora dos años comentábamos con entusiasmo el primer álbum de la banda asturiana Drunken Buddha, publicado hacia el final de 2018. Nosotros hablamos de él dos meses después, en febrero del año siguiente. Los de Gijón han vuelto a apurar el año para la publicación de su segundo trabajo y nosotros nos hemos retrasado de nuevo para hablar de él. El tiempo se mueve despacio en los últimos meses, pero como parece que no hay prisa, nos queda espacio para disfrutar de otra magnífica entrega de hard rock envenenado de setenterismo, en esta ocasión un poco más afilada, algo más dura, pelín enrabietada. Serán los tiempos.
Desde luego, publicar un álbum conforme está el panorama es un acto más que admirable, pero también lo es de honestidad y coherencia. Supongo que los músicos, si tienen algo preparado para lanzar al mundo, lo tienen que echar sin demorarse demasiado. ¿De qué sirve una canción que nadie escucha? Me parece que en estos momentos, en los que no es posible disfrutar de la música y los músicos en directo, es cuando adquiere su sentido pleno la existencia de los discos, pues se erigen en el testimonio de que la música sigue existiendo y siendo imprescindible, en el objeto visible de la creación artística, en el lugar de encuentro entre los autores y los aficionados. Y por lo del directo no hay que preocuparse, al menos en el caso de Drunken Buddha, ya que su nuevo álbum suena tan fantásticamente que puesto a buen volumen nos permite disfrutar del sonido de una banda espectacular.
Ha habido un par de cambios en la formación: por un lado encontramos a la batería a Kay Álvarez de Black Beans entre otros, y por otro a un fichaje de sobra conocido, el bajista Fran Fidalgo de Avalanch (de cuando éstos eran una auténtica formación de all stars). Lo primero que llama la atención de II es la mayor presencia que adquiere la guitarra de Diego Riesgo, haciendo que todo el ambiente se electrice y se acerque a la década posterior a aquella en la que es más fácil ubicarlos. No creo exagerar si afirmo que la inicial «Sea of madness», que entra tras la acertada introducción «March of dementia», podría ser ―salvando las distancias, obviamente― una versión setentera de unos Testament o unos Metal Church con hammond; ahí dejo eso.
Siguiendo con esa deriva más potente nos encontramos con una fantástica canción llena de aroma a Uriah Heep en «Devil’s breath» o con lo más denso de Whitesnake en «Purple skin», cuya estructura no se aleja mucho de «Cryin’ in the rain». Así suenan estos nuevos Drunken Buddha. También tenemos a los mejores Rainbow mezclados con Iron Maiden en el single de presentación «High’em high». Me gustaría destacar la muy inspirada canción lenta que cierra el disco, «Three shots», que amplía la dimensión del álbum, ofrece un perfil muy interesante en el aspecto compositivo y un buen gusto y saber en la ejecución que conducen a un estribillo difícil de olvidar.
Decir que tanto Mario Herrero a los teclados como Diego Riesgo a la guitarra vuelven a estar espléndidos no es más que una redundancia. Sorprende lo bien que se han acoplado Kay Fernández y Fran Fidalgo en tan poco tiempo. También debo reconocer que la voz de Michel Arthur Long termina por hacérseme demasiado monótona, aunque lo compensa con actitud, potencia y carácter.
La portada del disco es de nuevo atractiva, cambiando al tigre de la primera por un dragón que echa fuego, igual que las nueve canciones del nuevo álbum de esta abrasiva banda.
DRUNKEN BUDDHA:
MICHAEL ARTHUR LONG: Cantante
MARIO HERRERO: Teclados
DIEGO RIESGO: Guitarra
FRAN FIDALGO: Bajo
KAY FERNÁNDEZ: Batería