Críticas Extraños y Hermosos

DOKKEN “Shadowlife” (CMC Internacional, 1997)

DOKKEN “Shadowlife” (CMC Internacional, 1997)

El significado de las cenizas.

Por José Ramón González.

 

No creo que nadie vaya a dudar de que Shadowlife es el disco menos valorado en la carrera de la banda norteamericana, y sin duda el peor con la formación clásica. Tras este disco George Lynch abandonó definitivamente al grupo para nunca volver; lamentable ruptura para una carrera brillante. Triste y casi traumática ya había sido la anterior separación que tuvo en la canción “Walk away” su pañuelo de despedida en la estación de los desencuentros, disputas y peleas entre sus dos egos mayores.

Por tanto no seré yo el que venga a quitarle la venda de los ojos a nadie sobre Shadowlife, pues es tarea harto difícil, pero al menos permítaseme intentar darle cierto sentido y recuperar algunas bondades que el disco atesora, que las tiene, aunque muy escondidas bajo la pesada y arisca producción del siempre repudiado Kelly Gray.

Se pregunte a quien se pregunte dirá –o habremos dicho– que este álbum es lo peor que ha escuchado en su vida, que es inaceptable para una banda que ha dejado páginas brillantes en la historia del hard rock melódico, que es mejor tirarlo o quemarlo que tenerlo ocupando espacio. Esa es la prueba de que Shadowlife ha sido un trabajo poco o nada escuchado, que viene a ser lo mismo que mal. Y es que hay que admitir que el disco nunca lo ha puesto fácil, empezando por los responsables del mismo que han renegado de él una y mil veces culpando, eso sí, a los otros, especialmente, de nuevo, los dos cabecillas de la banda (discúlpeseme el doble sentido). Don Dokken decía que no podía soportar las manipulaciones de Lynch y éste no aguantaba a Don, en general. Tan harto terminó el cantante que hasta permitió a Jeff Pilson cantar una canción enterita –con las ganas que siempre tuvo el bajista–, “Here I stand”. No es necesario recordar que Pilson es un corista y arreglista excelente, además de maravilloso músico con su bajo, pero como cantante solista resulta monótono, mucho menos melódico y variado que lo que se requiere (no hay más que escuchar sus discos de War & Peace o las maquetas de Under lock & key para comprobarlo). Incluso parece que Don evitó que en la portada del disco apareciese el logo original del grupo –o eso dice él–.

En 1995 Dysfunctional ya había sido mal recibido por su inclinación hacia sonidos más acordes a lo que se llevaba en los noventa. Sin embargo no tardó mucho en ser apreciado como un gran álbum, sabia combinación de sonido clásico muy empapado, eso sí, de esa influencia noventera y alternativa. No ocurrió lo mismo con este trabajo de 1997, más radical en su propuesta y perjudicado por esas rencillas que ya sangraban a mansalva. Más radical, más alternativo, más sucio… más feo. El feísmo se apodera del disco desde casi el comienzo, esquivando a cada segundo la tendencia natural de la banda a las melodías, los adornos, los coros, los juegos vocales y dejando las canciones peladas, secas, enclaustradas en un pentagrama muy chiquitito fuera del que no podían pisar porque si no Gray les cortaba, o eso dicen. La batería de Mick Brown suena seca, directa, muy al estilo de la época.

Pero para unos músicos de la categoría de estos cuatro juntos es muy difícil hacer algo malo (Lynch sí ha hecho en su carrera alguna cosa difícil de… entender), aun esforzándose en ello. El tiempo ha retirado la arena acumulada sobre las pistas de este desierto dejando a la vista algunos aspectos atractivos que la cercanía de su currículum no permitía apreciar. El peso de las obras maestras de Dokken en los ochenta es mucho, junto a las que este Shadowlife tenía –y tiene– poco que hacer. La evolución de la música en estos casi veinte años nos invita a escuchar este disco con otra perspectiva que, si bien no transforma el álbum en algo maravilloso, sí lo refuerza y coloca en un lugar más visible, le da un sentido mayor; el panorama se observa mejor en la distancia. Y si lo miramos al revés, con lo que la banda –lo que queda de ella– nos ofrece en la actualidad, hacer este ejercicio de recuperación nos obliga a reencontrarnos con algo que perdimos hace mucho. Y, asombrosamente, resulta placentero.

Probemos a empezar escuchando una canción como “Sky beneath my feet”. Es la tercera canción del disco. Se trata de unos Dokken deshidratados, atenazados por la dictadura de los tiempos, pero siguen siendo Dokken. Imposible no reconocer las líneas melódicas de Don, su tendencia natural a interpretar lo que canta y el estribillo, con los coros descoloridos pero cargados de una hermosa melancolía. Seguramente ni Kelly Gray podía pararlos cuando cogían carrerilla, por eso quizás el último minuto y medio no vuelve a pasar por esa parada tan melódica y tras el solo la canción termina con un pasaje instrumental que parece improvisado. La guitarra de Lynch gime, se queja queriendo expresarse a su manera, pero no puede, está en otro territorio. Le sigue “Until I know”, una balada con guitarras acústicas que se puede escuchar sin hacer referencias a localizaciones temporales. Y siguiendo este atajo podemos pasar a una maravillosa balada tan triste como hermosamente dolorosa titulada “Hard to believe”, con un solo espectacular de Lynch y con la banda machacando el alma en ese feísmo subversivo que empieza a resultar desconcertantemente atractivo. Si no abandonamos esta senda encontramos una pieza brillante, de las que han quedado olvidadas en su repertorio pero que no debería faltar: “Bitter regret” es una composición con guitarras acústicas, una letra fantástica y unas melodías indiscutiblemente Dokken; una canción intemporal.

La presencia del bajo despista sobre la composición, pero “Sweet life” es una canción muy clásica en la que la diferencia estriba en el tratamiento: guitarras en un segundo plano con poca distorsión, batería seca y pausa en el medio, para que no se lancen. “I feel” es lo más parecido a un single que podemos encontrar en el disco. En ella una melodía sinuosa a dos voces nos conduce a un pegadizo estribillo que coquetea con ritmos más alegres, a lo que contribuye la labor en la percusión de Brown y la guitarra de Lynch.

Después de esto se puede estar en disposición de escuchar de nuevo el disco al completo. Hay canciones que suenan extrañamente bien en la actualidad: “I don’t mind” y esa sorpresiva entrada del solo de guitarra; o que siguen despistando, como el comienzo con “Puppets on a string”. “Hello” me sigue pareciendo la canción más forzada del disco, anárquica, buscando las melodías desconcertantes y utilizando los efectos deformantes. Y no me gustaría olvidar los dos bonus track de la edición japonesa: la interesante “How many lives” y la misteriosamente obsesiva e hipnotizante “Deep waters”, una de las que más me gustan del disco desde siempre por las guitarras sugerentes de Lynch, el ritmo embriagador de la batería de Mick Brown, las líneas de bajo de Pilson, las melodías perturbadoras y los juegos de voces que recuperan a los Dokken de siempre en un momento menos favorable.

Algo ha cambiado en este tiempo. Todo ha cambiado.

Me quedo poseído por las voces de “Deep waters”, un lugar al que no quería ir pero en el que ahora no me importa estar. Puede que este disco represente las cenizas de lo que fue una de las bandas más elegantes, completas, adictivas y mágicas del rock melódico del pasado siglo, pero aunque sean cenizas, como dijo el genial poeta del Barroco, tienen sentido.

 

ShdwlfDOKKEN:
DON DOKKEN: Voces
GEORGE LYNCH: Guitarras
JEFF PILSON: Bajo y Voces
MICK BROWN: Batería, Percusión y Voces

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