Llorar fuertemente en el cine.
Por Lilia.
Mi hermana Patri (una de mis ídolos) siempre me recriminará el no haber logrado llorar en el cine “por culpa de la sonoridad de mis sollozos”: dice que no conseguía concentrarse con tanto grito y moqueo, pero a mí poco me importa eso, la verdad. Vería Coco ciento y una vez más, y lloraría todo lo que me pidiera el cuerpo cada una de las veces, muy a su pesar –y porque sé que no es necesario llorar para emocionarse, y que ella logró emocionarse, aunque no lloró–.
¡Por fin! Pixar, que peligrosamente iba acumulando decepciones, se ha redimido, y vuelvo a amarla. No solamente porque hayan logrado, en mi crítica opinión (lo suficientemente crítica con estos temas, diría yo), hacer una película sobre México sin convertirla en una exhibición ofensiva de cultura estereotipada y superficial –lo cual ya tendría mérito, dado el panorama–, sino porque han logrado hacer una película en la que se va mucho más allá de una buena o mala ambientación, de una trama más o menos original (como no ocurría en Arlo, o por supuesto en Cars 3, y otras); y por fin se alcanza la unidad con sentido, un todo tan maravilloso y sencillo como colorido.
Esta nueva película, musical y sobre música, me ha resultado una auténtica maravilla, de esas películas que te devuelven la emoción de ir al cine y, mientras estás en él, te abducen y te separan del mundo material (hasta que tienes que sacar un pañuelo porque los mocos del llanto son una realidad, y molestan). Maravilla, primero, porque es una de las pocas películas sobre música o sobre la familia que no me resultan absolutamente empalagosas o insuficientes (¡la música!, ¡la familia! ¿cómo haces una película que logre hablar de algo tan particular, tan cotidiano, tan igualmente repetitivo como único sin hacerla estúpida?). Segunda, porque es una de esas películas a las que la “clave política” –mi máxima sospecha, que estropea muchas, muchas películas– no afecta; la deja indemne. Tercero, porque tiene una animación y un imaginario absolutamente alucinantes e inolvidables. Cuarto, porque tiene como protagonista a la máxima esperanza del mundo y la vida (ay, Miguel…). Quinto, porque afecta potencialmente a todo espectador que se enfrente a ella, al menos en algún aspecto. Sexto, porque implica que Pixar es todavía capaz de crear con sentido, ¡y por eso hay que dar gracias! …Y así.
Pero maravillosa, básicamente, porque si pensaba que me había vuelto “un poco loca” –ay, Miguel, hasta las canciones que eliges son increíblemente perfectas–, esta película ha logrado despertarme y decirme: “¡Oye, cuida a la familia, ten claras las prioridades, y vuelve a ver Toy Story, Bichos y Monstruos SA todas las veces que necesites para darte cuenta de que hay cosas que valen la pena!”.
Así que dejémonos ya de tanta tontería y fundámonos y lloremos con el color y el sonido de este bonito relato sobre México y la vida, aunque eso implique que nuestra hermana o pareja o madre o padre no quiera volver a ir al cine con nosotros nunca más.
Guión:
Adrián Molina
Matthew Aldrich
(Historia original de Lee Unkrich, Jason Katz, Matthew Aldrich y Adrián Molina)
Música:
Michael Giacchino
(Canciones originales de Kristen Anderson-Lopez y Robert Lopez; y Germaine Franco y Adrián Molina)
Fotografía:
Matt Aspbury
Danielle Feinberg