Anaquel

ANTHEM

ANTHEM

30 años del mejor Heavy Metal de la historia. Episodio II.

Por José Ramón González.

 

Cuando se descubre algo desconocido cuyo valor uno intuye casi inmediatamente, la tendencia natural es esconderlo (aunque en los tiempos que corren esa tendencia haya cambiado y hayamos pasado a compartir hasta las fotos de los pies). Es como si se disfrutase más de ello si nadie lo conoce. El poseedor se encierra en casa y lo disfruta en soledad, gozando tanto del valor del tesoro como del extraordinario placer que le proporciona la injustificable conciencia de ser alguien afortunado por ello. No lo comparte. Se lo guarda. Y sólo lo ofrece a la vista de aquellas personas que considera merecedoras de contemplarlo; en este caso de escucharlo. Quizás sea una reacción un poco mezquina, o infantil. Es muy posible que lo generoso sea darlo a conocer a los demás para que también puedan disfrutar de ello. Y puede que lo justo para el artista es que así se haga.

Uno de los discos que Anthem publicó después de Bound to break fue el primero que llegó a mis manos, el magnífico Hunting time (1989), y lo hizo como llegan muchas cosas que con el tiempo se hacen imprescindibles o muy importantes: sin buscarlo. Ése fue el disco con el que conocí a la banda, ya distribuido internacionalmente por Music for Nations. A partir de ahí era imprescindible averiguar quiénes eran esos tíos y hacerse con sus discos. No era tan fácil a principios de los noventa acceder a esas publicaciones, por lo que me llevó un tiempo ir descubriendo la discografía anterior de la banda. Y tardé algún tiempo en empezar a prestarlo a los amigos de más confianza como un acto de profunda amistad, pues se demuestra el aprecio cuando a alguien se le ofrece algo especial.

Como muestra del calado que había logrado el grupo en su arranque, habían publicado en 1987 un álbum y vídeo en directo titulado The show carries on!, de gran éxito.

gypsyA partir de 1988 se produce una evolución en el planteamiento y el sonido de la banda. La estrategia parecía clara, y podía resolverse de dos modos: ellos internacionalizaban su sonido o sus canciones japonizaban el mundo. O las dos cosas, pues en realidad lo que encontramos en su siguiente trabajo es una sofisticación de su propuesta, una estilización en el sonido y la interpretación, sin perder sus rasgos originales. Así llega Gypsy ways (1988). Con él estrenan también nuevo cantante, Yukio Morikawa, al que le gusta paladear los finales de los versos arrastrándolos por la garganta en muchas canciones; e incluyen como músico adicional a un teclista, Yoshitaka Mikuni, que lejos de edulcorar el sonido aporta un contraste sutil pero irresistible a la potente base rítmica. Repite a la producción y colabora en los arreglos Chris Tsangarides. Este álbum es el primero de una trilogía excepcional que va a ser la que dé la medida del potencial de la banda, pero también la que confirmará que sus aspiraciones no van a alcanzar su objetivo. Veremos.

El disco sigue sonando extraordinariamente, su sonido y melodías son enredaderas musicales de las que es imposible desasirse, con su propuesta de la interpretación en japonés combinada con líneas en inglés que, para gente perturbada como el que escribe, más que un obstáculo supone un atractivo añadido. Gypsy ways es un clásico entre los clásicos, y la canción que abre el conjunto una canción imprescindible en el repertorio de la banda: “Gypsy ways (win, lose or draw)”. En ella se cultivan todas las virtudes de la banda elevadas a la enésima potencia y con nuevas adiciones que no hacen sino mejorar el resultado. Si alguien cree que Anthem han llegado en algún momento a su punto álgido, que se olvide, eso no existe para ellos. “Gypsy ways (win, lose or draw)” es el equivalente al primer asalto de Rocky: uno pone la canción y le empiezan a llover bofetadas por todos lados. Cuando suena la campana está tan aturdido que no sabe lo que ha pasado, pero está entusiasmado (Rocky no lo estaba, es cierto). Aparecen unos coros más trabajados, breves pero muy eficaces y sorprendentes que vamos a disfrutar también en el preestribillo de “Love in vain”. En ambas el alto ritmo que marca la batería es el contraste perfecto a las melodías que se mueven a través de él con elegancia. El fraseo de la voz encaja a la perfección remarcando ese contraste potencia rítmica/melodías. La primera cara del disco se cerraba con la muy japonesa “Crying heart” en la que la presencia de los teclados es más relevante. Enlaza perfectamente con la buenísima “Silent child” que abría la segunda, rebosante de melodías. “Midnight sun” es una de las canciones más exportables, con unas líneas muy clásicas, con la mayor parte cantada en inglés, melodías más reconocibles a dos voces… Y si hablamos de canciones pegadizas nada más incontestable que la rotunda maquinaria de “Shout it out!”. Es admirable cómo funcionan estas canciones desde el primer segundo, cómo se elevan poco a poco a través de un manejo formidable de la intensidad musical y cómo logran mantenerlas arriba o deciden reducir la velocidad en determinado momento para pausarla cuando es necesario.

huntingSi Gypsy ways es un clásico, Hunting time (1989) es una obra maestra. Ocho canciones que conforman un álbum publicado un año después del anterior. Estaban en racha, iban a por todas. El disco es más potente, enérgicamente robusto, repleto de un dinamismo rocoso, y con unas melodías impactantes. Morikawa da un auténtico espectáculo de interpretación, aportando un extraño equilibrio entre la fuerza de su voz, ese rasgado melódico, y el tacto emotivo de algunos momentos. Lo de Fukuda en este disco es superlativo, e incontestable la labor de Takamasa Ohucho a la batería, impenetrable. Por su parte Naoto Shibata ya se merece una mención aparte, no sólo por su labor al bajo, que aquí es tensa al tiempo que elegante, sino por haber compuesto estas ocho canciones insuperables. Es ante obras como ésta en las que me planteo las virtudes emotivas de la electricidad, cómo algo que surge de un chispazo puede transmitir emociones, cómo es posible que algo tan contundente, frenético y en parte agresivo conmociona el espíritu.

La base rítmica es una parte esencial de Hunting time, el ritmo es la maquinaria que permite que todo lo demás funcione al tiempo que crea espacio para muchas cosas más. El sonido/latido que abre el disco lo expresa claramente. Sobre él evoluciona “The juggler”, canción inaugural que juega con el peligro sin perder el equilibrio. Nada más seguro que esta canción para cruzar sobre una cuerda. Y si se cae sobre la épica de “Hunting time” merece la pena tirarse. Dos temazos de cátedra que aceleran el pulso, crean ansiedad, bombean el pecho.

Si aún quedan fuerzas para asimilar lo que queda se puede probar a escuchar “Evil touch”, aunque recomiendo el acceso prudente al resto del disco hasta llegar al irresistible estribillo de “Tears for the lovers” antes de cerrar la primera parte. Recuerdo que me quedé en esta primera cara del vinilo una buena temporada, disfrutando de esas cuatro canciones y ansioso por saber lo que había a la vuelta. El salvajismo de “Sleepless nights” acariciado por las melodías vocales no me decepcionó lo más mínimo, ni los teclados setenteros filtrados en “Jailbreak (Goin’ for broke)” con los ligados de guitarra en el pre-estribillo y su fantástico puente, y mucho menos el potencial single de cardíaco ritmo de “Let your heart beat” cuyas líneas melódicas dejan sin respiración antes de que el estribillo lo posea todo; tampoco, finalmente, la acelerada “Bottle bottom”, menos impactante, pero muy apropiada para cerrar tan impresionante álbum.

noNo hubo que esperar mucho para la siguiente entrega, No smoke without fire (1990), que presentaba una propuesta más melódica, menos agresiva, aunque igual de consistente en su construcción y ejecución. Además de este redireccionamiento hacia rutas menos salvajes, encontramos dos cambios importantes: el del productor, que aquí junto a la banda pasa a ser Tony Taverner, más habituado a trabajar con formaciones menos metaleras, y la inclusión como colaborador a los teclados de un nombre tan internacional como el de Don Airey, que hace una excelente labor, muy medida –particularmente en los estribillos– pero relevante en el detallismo y definitiva para rematar los temas. Se cuenta en varias biografías que el disco no lo grabó Fukuda, que se había marchado poco antes, sino Hideaki Nakama, aunque en los créditos del disco no se hace referencia a ello.

En No smoke without fire se aprecia inmediatamente la desaceleración del ritmo, la búsqueda de la continuidad en las melodías, y unos riffs de guitarra igualmente accesibles y menos agresivos.

“Shadowalk” abre el disco rebosante de fuerza y melodía, con sus característicos pre-estribillos, el solo tras la primera vuelta y un estribillo que explota ayudado por el teclado de Airey. Un magnífico tema que marca la distancia con el anterior en planteamiento pero no en calidad.

Como ellos son así no bajan la exigencia en el segundo, “Hungry soul”, hipermelódico, muy pegadizo y cercano al hard rock melódico con una base rítmica potente. Un tema muy exportable y auténtico hit single que podemos situar a la misma altura de una de sus más brillantes creaciones de la época, “Love on the edge”. Una de esas piezas de poderosa inspiración en la que toda la canción parece estar construida con estribillos. La aportación de Don Airey en el pre-estribillo es un detalle maravilloso, y el puente en este caso es levadizo. El solo es una construcción en tres fases con una brillante parte final.

“Blinded pain” es una canción de desarrollo de casi siete minutos densa y atractiva aunque muy accesible. No faltan canciones rápidas como “Do you understand” o “Voice of thunderstone”. Y encontramos una concesión a la comercialidad al estilo Vow Wow con prominencia de teclados en “Power & Blood” que no les pega demasiado, por lo que no repetirán el experimento; eso no era lo suyo. Por ello entran tan bien las dos canciones que cierran el disco: el ritmo entrecortado de la guitarra de “Fever eyes” y las melodías de celebración de “The night we stand”.

Este álbum supone el cierre indiscutible a una trilogía musical imprescindible, una especie de obra total creada a lo largo de tres años que tiene sentido en su conjunto y que conviene escuchar y entender así, pues es producto de un estado espiritual concreto, un objetivo común y resultado de un período de inspiración al que esta banda está muy acostumbrada. Alcanzan el infinito sin renunciar a su identidad. ¿No es esa portada en la que sólo se ven los ojos de los cuatro músicos sobre un fondo negro, rasgo inconfundible de su origen, una declaración inequívoca?

Tras estas tres obras publican un recopilatorio titulado Best of 1981-1990 que incluye dos descartes: “Are you ready?”, de Hunting time y “A.D.D.” de No smoke without fire, que serán incluidas en las reediciones de sus respectivos álbumes del año 2005.

domesticTardaron ya dos años en lanzar su siguiente álbum, Domestic Booty (1992) con cambios en la formación, pues tras una intensa búsqueda entra el gran Akio Shimizu, un jovencísimo guitarrista al que no se le ocurre otra cosa para estrenarse que hacer un solo a dos guitarras en la canción inaugural del disco, “Venom strike”, para dejar claras las cosas. Vuelve a producir el disco junto a los mismos Anthem Chris Tsangarides y mantienen a Don Airey como colaborador en los teclados, aunque en este disco su presencia es menos relevante, mucho más puntual (excepto en la instrumental “Blood sky crying” en la que resuenan ecos de, curiosamente, “Mr. Crowley”; y en la magnífica “Cry in the night” donde Shibata da muestras de su capacidad para asimilar corrientes, estilos y sonidos para crear nuevas composiciones). Y es que Domestic Booty es un disco más áspero, con un sonido con menos brillo, en el que por momentos –no en todo el disco– parece haber una influencia del sonido –sobre todo en las guitarras– y las estructuras de Painkiller (1990) de Judas Priest. No en vano Tsangarides es el productor del brutal disco de los Priest. También es un disco más técnico en la onda de los que habían hecho por ejemplo Racer X por aquella época, con los que, por cierto, estuvieron de gira por Estados Unidos.

Si alguien escuchara este disco sin haber escuchado ninguno de los anteriores pensaría que es un disco excelente, sobre todo si a las que he mencionado unas líneas arriba añade la estupenda “Gold & diamonds” o la pegadiza y muy americanizada “Mr. Genius”, sonido que está presente también en la por otro lado poco original “Heavy duty”, compuesta por Morikawa. Pero lo cierto es que, siendo muy bueno, el álbum no alcanza la brillantez ni la inspiración de los tres anteriores. Quizás el caudal de talento desplegado en los años precedentes y la ausencia del reconocimiento que merecían los dejó algo tocados. La consecuencia de ello fue la separación del grupo tras el directo Last Anthem del mismo año y la ampliación del anterior recopilatorio Best II 1981-1992.

Imagino que la frustración haría mella en la banda y el agotamiento les empezaba a vencer. Su retirada fue terrible para sus seguidores, y supongo que para ellos también. Sin embargo Anthem no es una banda que se rinda, o no estaríamos hablando de ella en estos momentos. Todo ese talento había que canalizarlo de algún modo, la fe en su obra no la iban a perder sin seguir peleando, pero para ello había que dejar pasar el tiempo, recuperar fuerzas. Y para ello faltaban aún ocho años.

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2 Comentarios

  1. Imagen de perfil de A.K.U.

    Espero que no nos hagas esperar ocho años hasta la próxima entrega de esta saga metalera.
    Madre mía cómo lo estoy disfrutando!!!
    Grandes Anthem y cómo no grande Joserra!!!

    Responder
  2. Imagen de perfil de Joserra

    Gracias Álvaro. Me alegra mucho saber que lo disfrutas.

    Responder

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