Futuro condicional.
Por José Ramón González.
Soy consciente de mis filias y mis fobias. Admito mis debilidades. Y no puedo reprimir que las obras primitivas de mis bandas favoritas, entre las que también encuentro algunas inconsistencias que no superarían un análisis mínimamente pormenorizado, tengan un efecto magnético al que no puedo resistirme. Es probable que haya en ello alguna explicación melómana, pero no pretendo que esa explicación suene a justificación, por lo cual voy a prescindir de ella. Y porque no me importa estar cargado de debilidades. Vivo y disfruto con ellas.
El primer álbum de los alemanes Accept, del que ahora se cumplen cuarenta años, es una de esas inclinaciones a las que no puedo ni quiero resistirme. El pobrecico está estigmatizado y condicionado por la imponente presencia de los trabajos que la banda publicó en años posteriores y que llegaron a alcanzar el título de imprescindibles, de referenciales del heavy metal. Restless & wild y Balls to the wall, y quizás un poco después Metal heart, aunque éste algo por debajo de los anteriores en cuanto a tonelaje metálico por mucho que en su título lo reivindique, son parada obligatoria para aficionados. Nadie, y no creo arriesgarme mucho con esa palabra, conocía la existencia de este álbum con una señora a la que parece que no habían informado de cuál era la indumentaria apropiada para la portada de una banda de rock y que, sobre una azotea, portaba una fálica sierra eléctrica con unos fríos edificios al fondo. Prácticamente todos los seguidores de la banda llegamos a ese álbum después de habernos machacado las cervicales al ritmo de las guitarras, la tensión del bajo y la percusión de la batería que marcaban la fuerza con la que unas enormes y pesadas bolas derribaban muros y relojes en unas torres, mientras la chirriante voz de un bajito teutón con cara de mala leche animaba a seguir dando cabezazos contra esos muros.
La sofisticación, la carga de heavy metal, la contundencia y densidad de los ritmos de las canciones de Balls to the wall, las guitarras gordas y los masculinos y acongojantes coros de sólo cuatro años después, parecen un salto en el tiempo vastísimo con respecto a esta obrita de 1979. Casi nada en ella parece hacer intuir ni una sola nota de las que grabarían después, y sin embargo son los mismos músicos, a excepción del batería Frank Friedrich, que no llegó a aparecer en las fotos del disco, y del guitarra Jorg Fischer quien se había marchado de la banda tras los tres primeros álbumes, sustituido por Herman Frank, y que volvería incorporarse a la banda antes de la grabación de Metal heart.
A pesar de todo ello, el disco grabado por la banda en 1979, su carta de presentación, contiene el suficiente atractivo, me atrevería a decir «encanto», para que haya aguantado sucesivas escuchas a lo largo de las décadas y se haya convertido en un álbum del que es difícil cansarse y del que, incluso, es posible extraer detalles seductores. Quizás el misterio que entraña saber que esas bestias germanas de las pelotas y los muros son las mismas que grabaron canciones como «Take him in my heart» sea parte de su atractivo. Aunque para ello hay que haber pasado cierta edad. Cuando lo escuché en la adolescencia después de la gravedad de los discos de 1983 y 1984 pensé que el disco era, no de la década pasada, sino de la anterior. Pero quién se puede resistir a esos coros mezcla de Uriah Heep y The Sweet, esa psicodelia desatada, ese cantante inusual, esos estribillos que electrifican la herencia de los años cincuenta o sesenta… El nacimiento de una banda que llegaría a ser el referente del metal europeo.
Tampoco conviene olvidar que muy poco antes bandas como Scorpions habían publicado discos de la talla de Taken by force (1977); o UFO que en el mismo año habían publicado Lights out y un año después Obsession. Pero claro, estos ya llevaban varios años de carrera musical a sus espaldas. Algo de estos hay en Accept que, aunque funcionaban desde hacía un tiempo, aún no habían grabado nada. Ésta fue su primera experiencia, en la que registraron canciones que llevaban unos años tocando. Creo que es, si no injusto, desproporcionado valorar el álbum sin tener en cuenta esto. El trabajo de 1979 es enormemente gozoso, tiene muchos aspectos atractivos, canciones con fuerza y gracia, una ejecución convincente y algunas chispas de talento. En mi opinión un disco que aguanta mucho mejor el paso de los años y disfruto más que el generalmente más apreciado I’m a rebel, sin duda inferior a este álbum más espontáneo y divertido.
Aunque su arranque desorienta un poco con una canción que podría ser una adaptación electrificada de una de la década de los cincuenta, ese «Lady Lou» por el que durante algún tiempo nos referíamos por antonomasia al álbum suponiendo que hacía referencia a la mujer de la portada, la segunda canción del álbum ya es totalmente disfrutable. El arranque de la pieza y el juego de réplicas en el estribillo de «Tired of me» es pegadizo al tiempo que los coros juegan un papel imprescindible para que se singularice. Y no menos deleitosa resulta la, a mi juicio, estupenda «Seawinds» cantada por Peter Baltes, en la que es fácil recrearse en las acertadas guitarras dobladas de Hoffmann y Fischer a juego con las acústicas, y los coros que acompañan al estribillo. Además ésta es la primera de las varias baladas cantadas por Baltes que grabaron en sus tres primeros álbumes y de las que hablé hace ya algún tiempo en un espacio perdido de la ciberrealidad. Forma junto a las irresistibles «The king» y «No time to lose» de I’m a rebel y la superlativa «Breaking up again» de Breaker una colección de canciones que podría competir con aquel Gold ballads de Scorpions que tan popular fue en su momento. Aparece además en el álbum de 1979 otra canción, un medio tiempo muy logrado, «Glad to be alone», cantado por Udo junto al que las guitarras hilan líneas de expresión enriquecedoras.
Otra de las canciones que más me gustan del conjunto es «Free me now», una acelerada composición que enlaza estrofa y estribillo como si fueran uno, a través de unas líneas que ascienden y descienden a toda velocidad en unos imparables tres minutos de duración. La rematan con unos coros al final que hacen que se agradezca recuperar la respiración una vez terminada.
Baltes ayuda a Udo a llevar la voz cantante en el tema que cierra la primera cara, «Sounds of war», creando un contraste muy atractivo entre el timbre del bajista y las voces agudas de Dirkschneider en una canción de tonos pesadillescos con solos de guitarra alienados.
Algo más que divertida es «Take him in my heart»; a pesar de que la melodía vocal esté algo descuidada, sea demasiado prosaica, tiene un estribillo pegadizo y la parte del solo de guitarra está lograda en su sencillez.
Más flojitas, aunque entretenidas, resultan «That’s rock ‘n’ roll» y «Helldriver», donde no aciertan con la línea vocal y en la que las melodías no están especialmente trabajadas. Cierran el trabajo con «Street fighter» en la que toman el recurso de las voces a coro al fondo de la voz solista ―y algo más― del «Sympathy for the devil» de The Rolling Stones. Resultona para cerrar.
Se le podría reprochar a este trabajo que la banda no ha encontrado su personalidad, no sabe muy bien si es deudora de los sonidos de los setenta o está preparándose para crear los de los ochenta. No hay mucho que podamos extraer como relevante del grupo, no aporta algo diferenciador. Sin embargo resulta muy llamativo el hecho de que algunos de los rasgos de este álbum reaparezcan en Predator, el último que grabó la banda con Udo al frente y que en aquel momento se había quedado en un trío junto con Hoffmann y Baltes: la crudeza y las estructuras más sencillas, adaptadas al sonido de los noventa, y la recuperación de la voz de Baltes para algunas canciones. Hay algo que me parece que une a «Sounds of war» con «Primitive».
Este disco de 1979 es lo primero que hizo una banda grande, enorme, que en muy poco tiempo pasó a alzarse con el cetro del heavy metal europeo. No es un álbum despreciable, ni mucho menos, si sabemos aislarlo del condicionamiento que el futuro ha tenido desde casi siempre en él.
ACCEPT:
UDO DIRKSCHNEIDER: Cantante
WOLF HOFFMANN: Guitarra
JORG FISCHER: Guitarra
PETER BALTES: Bajo
FRANK FRIEDRICH: Batería